jueves, 21 de octubre de 2010

MEDITACIÓN SALMO 51 -A. Murray

MEDITACIONES DIARIAS 21 DE OCTUBRE:
MEDITACIÓN DEAL SALMO 51 por Andrew Murray
CAPÍTULO VIII
Continuación…
El que entiende rectamente su pecaminosidad, ve en ella tanto que es vergonzoso, que es aborrecible, que queda saturado de esta convicción. Avanza continuamente abrumado bajo el pensamiento del gran mal que ha cometido. ¿No es esto lo que esperamos de alguien que ha cometido un gran delito y luego se ve a sí mismo a la luz del mismo? Supongamos, por ejemplo, que uno ha cometido un asesinato y luego se arrepiente; ¿esperamos que pronto esté riendo otra vez lleno de alegría? Sin duda, no será así, especialmente si se halla bajo sentencia de muerte por su crimen. De la misma manera, cuando un pecador se da cuenta de la enormidad de su pecado, a veces no puede olvidarlo, especialmente hasta que está cierto del perdón. Ha pecado contra Dios. Se ha hecho culpable contra la ley de Dios y contra su amor. En medio de todas sus ocupaciones y distracciones en el mundo, testifica: “Mi pecado está siempre delante de mí”.
Esta es la gran cuestión de su vida, con la que tiene que encararse. Este es el único pensamiento que ocupa su mente: “He pecado”. Y nada puede darle consuelo hasta que Dios le asegura: “Tu pecado ha sido perdonado”. Y aunque uno puede acudir a Dios con toda clase de palabras hermosas respecto a la compasión de Dios, el alma permanece todavía en esta condición hasta que Dios mismo quita y borra nuestro pecado. ¡Que no miremos nunca el dolor por el pecado como algo innecesario, y que nunca busquemos un consuelo meramente superficial! No. Es necesario un conocimiento del pecado; y es la obra de Dios el despertar este conocimiento en nosotros. Cada alma debe aprender a decir en la oración pidiendo gracia: “Mi pecado está siempre delante de mí”.
“Mi pecado está siempre delante de mí”. Este clamor debería recordarnos el carácter personal de un verdadero sentimiento de pecado. Un signo seguro de que la confesión del pecado de alguien no es profunda, es que el tal siempre está dispuesto a decir: “Sí, todos los hombres son verdaderamente pecadores”. Es como si el pensamiento de la universalidad del pecado hiciera menor la culpa de cada persona particular. Por lo menos esta consideración tiende a desviar los pensamientos de la culpa individual de cada persona. De este pensamiento se pasa a imaginar que hay otros que son todavía mayores pecadores, y para los cuales hay, sin embargo, gracia. ¿Por qué no tiene que haber gracia también para mí? Esta es la forma corriente de expresarse aquellos que no están dispuestos a pensar mucho en su pecado personal. Pueden tener algún conocimiento, algunas ideas respecto a la enormidad del pecado en general, pero no dicen:”Mi pecado está siempre delante de mí” Este, sin embargo, es el lenguaje del penitente verdadero. Siente que debe tratar directamente y personalmente con Dios. Cree que es él, por su cuenta individualmente, que tiene que verse con Dios, en la muerte, en el juicio y en el castigo eterno, y que es para él de poca importancia si hay otros que van con él o no. Él se ve como condenado y perdido a la luz de la ley de Dios y no tiene tiempo ni deseo de pensar en otros. No puede preguntar si los pecados de otros son mayores que lo propios o viceversa.- Continúa…

No hay comentarios: