lunes, 25 de octubre de 2010

MEDITACIÓN SALMO 51 -A. Murray

MEDITACIONES DIARIAS 25 DE OCTUBRE:
MEDITACIÓN DEL SAMO 51 por Andrew Murray
CAPÍTULO X
“Y he hecho lo que es malo delante de tus ojos; así que eres justo cuando sentencias, e irreprochable cuando juzgas” (v. 4b)
David es completamente sincero en su confesión. Bajo la presión de lo que siente tan profundamente, confirma todo lo que ha dicho dos veces: “Contra ti, contra ti, solo he pecado”, confiesa; y luego añade: “Y he hecho lo que es malo delante de tus ojos; así que eres justo cuando sentencias e irreprochable cuando juzgas” En estas palabras presenta las razones por las que confiesa su pecado. Desea aprobar la sentencia pronunciada por Dios y reconocer que el veredicto que ha pronunciado sobre él no podía ser otro, y que justamente lo merece. Ha hecho confesión de su culpa, admitiendo que él considera a Dios justificado en lo que sentencia y juzga. El que ora sinceramente pidiendo gracia debe esforzarse en estar inspirado por el mismo sentimiento. Tratemos de descubrir lo que esto significa realmente.
Consideremos la naturaleza espantosa del juicio de Dios. “Maldito todo aquel que no permanezca en todas la cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” Gálatas 3.10. Esta es la sentencia del Legislador. Deja claro que cada transgresión de la ley trae una maldición sobre el hombre, o se interesa por las excusas que pueda presentar el hombre, sino que la sentencia es inexorable: “El alma que pecare, esta morirá” Ezequiel 18.4 A todos los transgresores, en el gran día, se les dirá: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno” Mateo 25.41 Y el que conoce verdaderamente su pecado admite que esta sentencia no es excesiva o demasiado estricta, no es más que lo merecido, y reconoce que Dios tiene perfecto derecho a tratar el pecado de esta manera y condenarlo. El pecador mismo se ha hecho reo de esta condenación. Por intolerable que sea el juicio de Dios, considera que el juicio no es demasiado severo; hace confesión de que ha pecado contra Dios, confirmando la verdad de que Dios es justo. Esta fue la confesión de David. No adujo nada para suplicar que se atenuara la sentencia. Si de alguna forma tenía que ser aceptado habría de ser por la gracia, totalmente gratuita, e inmerecida. David aceptaba sinceramente la seriedad de su culpa. Debe de haber tenido comprensión de lo detestable y aborrecible de la naturaleza del pecado, muy diferente de la de muchos, para poder hablar así, porque él sabía bien lo terrible que era la sentencia de Dios, por haberla probado. En la angustia del alma que había sufrido durante largo tiempo, tenía evidencia de lo que era ser abandonado por Dios. A pesar de ello reconoce la justicia de la sentencia y acepta que le sea aplicada. Esto es más de lo que le es posible al hombre, como procedente de su naturaleza. Este sentimiento de culpa y condenación debe de haber sido obrado en él por medio del Espíritu de Dios.
Esto se aclara más aún cuando reflexionamos en la tendencia del hombre a excusarse. Si David hubiera querido dar excusas, había abundantes para dar. ¿No había servido a Dios desde su juventud? ¿No había sufrido en honor y por el nombre de Dios más que ningún otro de sus siervos? ¿No había testificado de él el mismo Santo Dios, que él había andado delante de Dios con corazón perfecto?.- Continúa…

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