martes, 26 de octubre de 2010

MEDITACIÓN SALMO 51 -A. Murray

MEDITACIONES DIARIAS 26 DE OCTUBRE:
MEDITACIÓN DEL SALMO 51 por Andrew Murray
Continuación…
El Señor, más tarde, permitió que se afirmara en su Palabra que Él había sostenido a Jerusalén, “por cuanto David había hecho lo recto ante los ojos de Jehová, y de ninguna cosa que le mandase se había apartado en todos los días de su vida, salvo en lo tocante a Urías heteo” 1ª Reyes 15.5 ¿Y tenía que ser considerado, tan serio este pecado que se le castigara tan severamente? ¿No sabría un príncipe de este mundo perdonar una sola transgresión cuando el que la cometiera fuera un siervo fiel; y no perdonaría el Dios de misericordia este pecado de su propia iniciativa? No habría sido necesaria ni aún la confesión: bastaba con que Dios no se lo hubiera imputado. Con cuánta frecuencia los hombres hablan y piensan de esta manera. No conocen la terrible realidad de la santidad de Dios y su juicio sobre el pecado. No saben que cada pecado, aunque sea sólo uno, es una violación de la ley de Dios, una ofensa a su honor, una prueba de enemistad en el corazón y que tiene que ser castigada. David se inclinó delante de Dios, no solo porque hay que hacerlo a veces, y porque Dios era demasiado fuerte para él, sino porque tenía una opinión de la autoridad de Dios que le hacía aprobar la sentencia. Veía cuán bueno era que la ley de Dios fuera mantenida, cuán necesario que, aunque pereciera el mundo entero, la gloria de Dios y su honor fuera establecida y bajo el poder de este sentimiento hace confesión de su pecado como cometido contra Dios solamente. De esta manera buscaba dar honor a Dios y reconocer que Él obraba justa e irreprochablemente.
Repito que esto es más de lo que procede del hombre según la naturaleza. Un sentimiento de culpa así debe de haber sido obrado por el Espíritu de Dios. El Señor ha registrado su confesión en su Palabra para que podamos ver qué es lo que ocurre cuando hay un arrepentimiento y conversión genuinos. Cuán diferente es esta experiencia de la superficial confesión de pecado con la que se contentan muchas personas. Confiesan que son pecadores, es verdad, pero dicen que el pecado es una debilidad, una flaqueza, una desgracia accidental. No tienen simpatía con el pecador, pero no piensan mucho en el honor de Dios. El pobre pecador debe ser consolado; pero, el mantener el honor de la ley de Dios no les afecta mucho. Este no es el arrepentimiento que el Espíritu de Dios obra en el corazón. NO, el que está plenamente convencido de pecado por el Espíritu de Dios no piensa meramente en sí mismo y lo que le afecta, sino que su pena mayor es haber transgredido contra Dios y Su ley perfecta. Su preocupación principal es como restaurar lo que ha sido destruido. Como no puede hacer nada más, se postra a los pies de Dios para someter a Él el único honor que ahora puede darle, a saber, el reconocimiento de que es justo en su juicio.
¿Has aprendido a reconocer tus pecados? Dios te ha dado su ley para redargüirte de pecado: “que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” Romanos 3.19 ¿Has dado ya a Dios este honor, aunque haya sido temblando? ¿Te has humillado ante Él como merecedor de su juicio? Sólo el que lo hace y que, de esta manera, se muestra pecador, puede recibir misericordia. Procura conocer y confesar realmente tu pecado. Sin esto no hay gracia. Humíllate bajo la poderosa mano de Dios para que Él te enaltezca.-

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