martes, 27 de octubre de 2009

"VIDA DE SU VIDA" F.J. Huegel

"PREFACIO"

Hay algo que para el misionero es inevitable. Si espera progresar encarando obstáculos aparentemente insuperables, al tratar de iniciar un nuevo día para las almas esclavizadas; es decir, si ha de cumplir con los que Dios quiere que haga, y con lo que la Iglesia espera que haga, y si ha de producir aquello que el corazón destrozado necesita recibir de parte del que viene como embajador de la luz; es necesario que ante todo, él mismo se apropie plena y profundamente el camino de poder que ofrece Jesucristo. Necesita ceñirse al Cristo vencedor que a través de los siglos y por medio de sus discípulos ha logrado lo imposible. Debe traspasar el nivel del simple conocimiento intelectual del Cristo histórico, entrelazando las fuerzas de su naturaleza espiritual en el Cristo Eterno hasta injertarse en la vida divina.-

El trabajo que pretende llevar a cabo, demanda fuerzas sobrehumanas. Lo puramente humano, por noble que fuera, por fuerte y cultivado que se encontrara, no es suficiente y resulta tan inadecuado como unos cuantos carbones encendidos lo serían, para combatir la fiereza de un temporal en el ártico. Por consiguiente, el misionero debe traspasar lo puramente natural y hendirse en lo sobrenatural. Debe poseer la experiencia del Cristo viviente, hasta que, despojándose de su propia vida, sea poseedor en forma creciente de buena medida de la vida divina.-

De acuerdo con la promesa que el Salvador hizo a los suyos, sólo cuando brotan de lo íntimo del ser, “ríos de agua viva”, es posible renovar la vida del estado en que le encuentra.-

Puede ser que su temperamento no contribuya a guiarlo por las solitarias praderas de la fe. Es posible que llegue hasta sentir aversión por los elementos místicos del cristianismo. Pero la fuerza de las circunstancias, como huracán furioso, habrá de arrancar las amarras de un conocimiento intelectual de las verdades cristianas, hasta lanzarlo a lo profundo de la experiencia vital de la gracia redentora. Es decir; que a menos que Cristo se constituya para él en una realidad mayor que todas las demás aún, que la realidad del universo; y a menos que aprenda a acercarse a Cristo ha a hundirse en El, hasta perder su ser, para surgir después, del manantial del Dios Eterno cargado del mismo poder que descendió sobre los apóstoles, está ya condenado por la naturaleza misma de las circunstancias a la derrota más completa.-

La fuerza del mal que tiene que vencer será tan destructora de su propósito y tan desdeñosamente subversiva de su mensaje, como poderoso Gibraltar que se levanta con un poder invencible en contra de las olas del océano.-

Los capítulos siguientes son nada más un esbozo sencillo de la posición a la que me vi conducido como misionero de la Cruz. Quiero compartir con los cristianos de toda la tierra y con todas las denominaciones, las benditas experiencias del Cristo que mora interiormente, esos tesoros inconmensurables que ha venido a ser míos, mediante una honda participación en Cristo. Quiero hacer de la propiedad común de la Iglesia, esa inefables experiencias que son el fruto de la unidad en Cristo; ese Cristo sin quien el misionero, debido a la situación peculiar en que se encuentra más que ningún otro, comprende que nada puede hacer.-

No puedo, sin embargo, enviar esto mensajes, sin reconocer la deuda de inmensa gratitud que debo a la finada Sra, Penn-Lewis, cuyos escritos sobre los aspectos más profundos de la Cruz, y cuya inexistencia sobre la identificación del creyente con Cristo en su muerte y en su resurrección, han significado tanto para la Iglesia en años recientes. Dios se sirvió en gran manera de los escritos de la Sra. Penn- Lewis para atraerme a la posición victoriosa en Cristo que los mensajes que siguen tratan de presentar.-

Con la esperanza y la ferviente oración de que mis bondadosos lectores obtengan gracia para realizar en su propia experiencia, esta unidad más profunda con Cristo; de tal manera que su gozo pueda ser aquel gozo que es ”inexpresable y lleno de gloria” y su paz; aquella “paz que sobrepuja todo entendimiento”, y su vida: aquella “vida abundante” que es eterna y fluye del trono de Dios, pongo estos mensajes sobre el altar de mi Señor, para que El pueda usarlas en la edificación de “los santos” y para la gloria de su Nombre.-

F.J. Huegel

Ciudad de México, D.F.

viernes, 23 de octubre de 2009

"VIDA DE SU VIDA" F.J. Huegel

He decidido poner el último capítulo de este libro que está agotado y es muy interesante para todo creyente. Para motivar su lectura, empiezo por el final e iré reproduciendo desde el principio el contenido de este libro editado en el año 1956 en Méjico y que está agotado.-

CAPÍTULO XII

1. Su relación con la Iglesia

No se puede negar que es revolucionaria la posición que hemos estado considerando y que envuelve cambios radicales en todas las fases de la vida. Como nunca antes, “las cosas viejas han pasado,, he aquí todas son hechas nuevas”. El creyente se convierte en “criatura nueva”. Habiéndose terminado la vida vieja por medio de la cruz de Cristo, en cuya participación más profunda resulta una participación cada vez más completa en el poder de la Resurrección.-

Es de esperarse que esta posición afecte grandemente la relación del creyente con la Iglesia, como organización visible. En cierto modo le proporciona una nueva relación. Su adhesión a la verdadera Iglesia, que es el Cuerpo Místico de Cristo, se hace tan profunda y tan real, que él mismo no se siente tan obligado hacia la Iglesia visible, en la forma en que se encuentra organizada (probablemente debería decir desorganizada) por la mano del hombre. Es natural que al morir a la “vida del yo”, se muera a todo lo que es alimentado por la “vida egoísta”. Eso quiere decir que en cuanto algo está en desacuerdo con el Espíritu Santo (y nadie, aún los siervos más devotos, dejarán de reconocer que en muchos aspectos están en desacuerdo) porque se dé lugar a la “vida carnal” que se manifiesta en lucha, en odio sectario, en distingos de clase, en doctrinas no sanas, en antipatías raciales y cosas semejantes; repito, la Iglesia que no expresa la mente de Cristo, simplemente fracasa en el esfuerzo de poseerlo de lleno. Se muere a toda forma de “vida carnal” sea dentro o fuera de la Iglesia.-

La conexión que ata a Cristo es tan fuerte, que el individuo se encuentra unido a todos los que gozan también de esa fe preciosa, a pesar de tener filiaciones denominacionales diferentes. Si alguien es Metodista, se siente bien en la presencia de un Episcopal, o de un Bautista, o de un Presbiteriano, y experimenta unidad espiritual perfecta con cualquier otra organización cristiana que se encuentra arraigada en Jesucristo, como se sentiría con los de la Iglesia a la que él mismo pertenece. La cosa deja de ser un mero procedimiento eclesiástico para convertirse en vida. Cuando sube la marea de la vida divina y sube lo suficiente, (siempre baña las playas de aquéllos que han aprendido a estar con Cristo en su proceso de muerte y resurrección) simplemente borra toda clase de barreras eclesiásticas; destruye las poderosas paredes de cualquier secta. No se puede tener unidad perfecta con Cristo en su muerte y resurrección y a la vez dejar de sentir unidad, también perfecta, con aquéllos que reciben el mismo influjo de la vida celestial, sea cual fuere su filiación denominacional: como tampoco se podría ser miembro de alguna familia y desconocer los lazos familiares que unen a los miembros de ella.-

Eso no implica que dejemos de tener preferencias. Tampoco quiere decir que dejemos de ser Bautistas, Presbiterianos, Discípulos o Luteranos, según sea el caso, como no podríamos pedir que alguien dejara de ser francés, inglés, norteamericano o alemán. Una unidad orgánica nunca conseguiría la unidad a que hacemos referencia, como tampoco pueden disolverse las diferencias denominacionales que ya existen.-

Encontrándonos sentados con Cristo en lugares celestiales, podemos contemplar la vida desde ese plano elevado, con la conciencia de estar libres de toda lucha trivial. Ya no nos alteran los prejuicios raciales; desaparecen las distinciones de clase; y no aprobamos las luchas sectarias. La gran fuerza discordante del universo que es madre de todo pecado, es destruida en cuanto podría afectarnos a nosotros. La cruz de Cristo crea para nosotros otro universo, nuevo y armónico. El amor que tenemos (el amor de Cristo que nos constriñe) fluye en anhelo de simpatía por el bienestar de todos los hombres. “Ven conmigo, esposa mía” dice el Amado del Cantar de los Cantares, que es Cristo, “mira desde arriba….” (Cantares 4.10).-

Cuanto se relaciona con las ceremonias de la Iglesia, deja de ser nuestra base fundamental. No quiero decir que dejemos de participar en las formas ceremoniales de nuestra propia iglesia. Esas tienen su lugar, y siempre han de ser consideradas como medios importantes de gracia. Cuando digo que dejamos de depender de ellas, es que ya no vemos el símbolo sino lo que significa. Por ejemplo, siempre reconoceremos el Bautismo como un rito instituido divinamente y que significa renovación interna, “porque somos sepultados juntamente con él a muerte por el bautismo”. El Bautismo señala el camino de la participación espiritual del creyente, es símbolo de la resurrección con Él. Y en la muerte de Cristo; y al mismo tiempo caso de que tal unión con Cristo no se hubiera realizado, cosas que no depende de formas porque sólo se obtiene mediante un rendimiento completo a Él ¿habríamos de seguir dependiendo de las formas? Pablo dice que la violación de la ley convirtió en incircuncisión la circuncisión del judío, y ¿no decimos también nosotros que la violación de los principios cristianos de unión con Cristo invalida de igual manera su bautismo? “La carne nada aprovecha, el espíritu es el que da vida” ¿Podría conformarse una novia con el vestido, el anillo, la ceremonia de la iglesia, el reconocimiento legal, etc., para satisfacer sus nupcias aunque su esposo estuviera viviendo descarriadamente? ¿No tiene ella derecho a exigir comunión, fidelidad, amor, pureza, en una palabra, unidad de espíritu? ¿Quedará satisfecha la esposa celestial con ceremonias, con formas, con símbolos vacíos que no le pertenecen en espíritu?. El nos llevó consigo hasta la cruz a fin de aniquilar para siempre la “vida egoísta” y todo aquello que pudiera interponerse entre Él y los de Su casa, para que fueran unidos en matrimonio espiritual y santo con El. ¿Nos atreveríamos acaso a ofrecerle puros arreos que le privaran de la realidad?”Por tanto, nadie os juzgue en comida, o en bebida, o en parte de día o fiesta, ode luna nueva, o de sábados: lo cual es la sombra de lo provenir; mas el cuerpo es de Cristo” (Col.2.16-17).-

2. Significado para las Misiones

Es en el campo de las misiones y en el trabajo misionero donde tiene mayor efecto esta posición. Yo mismo he puesto a prueba el significado del principio de la identificación con Cristo en su muerte y en su resurrección. El resultado ha sido tan asombroso y satisfactorio, tan útil y bendecido, que yo mismo veo los años ya idos, los que pasaron antes de mi experiencia del poder de la Cruz, como años casi perdidos. Yo también caminé con pie inseguro. Yo mismo me esforcé por llegar a una meta incierta; eché mano de armas inseguras. Yo también generé frutos poco satisfactorios, pero ahora puedo ver a qué de debió que una buena parte de mi trabajo no fuese satisfactorio y sí perjudicial.-

Al predicar a Cristo con el poder del fervor “originado egoístamente”, mutilé al Salvador y no di oportunidad para que se revelara cual El es. Cristo debe ser predicado en la experiencia cristo-céntrica, en plena posesión de Cristo, en la vida cuyo poder es Cristo. No se puede predicar a Cristo verdaderamente, hasta que el mensajero se esconda con El en Dios, para que ya no sea éste el que habla, sino Cristo a través de él. El mensajero debe aprender a sepultarse en las heridas del Salvador y a morir a su propia vida si ha de presentar a Cristo en forma apostólica a las almas que perecen.. El mensaje debe llevar ríos de agua viva. El mensajero debe estar inundado de vida divina si es que va a proveer la oportunidad para que otros aprecien a Cristo y lo vean en su gloria verdadera. Si el Evangelio no es “predicado con el poder del Espíritu Santo que desciende de los cielos”, no es el Evangelio aunque se procure ser fiel a la “letra”. “La letra mata, mas el espíritu vivifica”.-

Los directores de la obra cristiana en muchos países, han llegado a ver con claridad que el movimiento misionero está pasando actualmente por una grave crisis. Ha desaparecido la nota triunfante de hace cincuenta años. Los mismo misioneros en todas partes confiesan que el trabajo de nuestros días, no es como el que se describe en el libro de Los Hechos. Desde que el Salvador declaró la Gran Comisión, se ha extendido de manera inconcebible la maquinaria de las misiones, y, sin embargo, las misiones no han sido capaces de romper el poderío de la “vida vieja” ni de acabar con el paganismo. Las personas que se convierten, no tienen el poder de Cristo; Cristo no es el centro de su vida. No son cristianos poseídos de Cristo, radiantes, con gozo de vida celestial, hecho por la gracia divina. Por supuesto que hay excepciones muy notables en algunos campos misioneros, pero de todos modos existe el hecho de que el esfuerzo misionero se encuentra en una nivel de efectividad muy pobre en casi todo el mundo.-

La razón principal para que eta situación exista es que no hemos exaltado bastante la Cruz. Un Evangelio diluido, puede atraer adeptos en tierras paganas pero no podrá producir los resultados que el Señor espera, que son los que brotan de la obra de redención consumada en la Cruz del Calvario. Tampoco puede éste competir con las fuerzas poderosas del paganismo para destruir su poderío y conseguir que la fuerza redentora sea la que ocupe su lugar. Es sólo el Evangelio que lleva las almas a la experiencia de la crucifixión interna (la muerte de la vida antigua) y una gloriosa resurrección, que resulta de la unión interna con Cristo,(como la que se tiene únicamente por medio de la Cruz, que es la que destruye la “vida vieja” en Cristo) pueden tener éxito para vencer al “hombre viejo”, porque eso no se logra luchando por uno mismo, o por el empleo de formas eclesiásticas o por medio de la cultura cristiana. Esa vida cristiana, disfrazada, sincera como puede ser, tarde o temprano habrá de desmoronarse bajo la fuerza a la que está sujeta en los pueblos que no son cristianos..-

3. En relación con la Oración

Al considerar la oración a la luz de la “co-crucifixión”, encontramos que allí está su verdadera base. La oración no significa nada si no es comunión, y la verdadera comunión solamente se puede efectuar cuando la “vida vieja” termina, ya que no puede tener comunión con Dios, puesto que en Cristo fue condenada y potencialmente puesta a muerte.-

La razón por qué muchos están encontrando la oración tan poco satisfactoria y la vida de oración sin ningún atractivo, es porque han intentado entrar en los caminos celestiales de la oración en la fuerza del “hombre viejo”. El hombre viejo no puede blandir las armas que no son carnales sino poderosas mediante Dios más de lo que puede “amar a sus enemigos”, o “regocijarse siempre”, o “tener el sentir que hubo en Cristo Jesús” o vivir cualquiera otra gracia cristiana. El hombre viejo puede imitar estas gracias, pero en realidad nunca las poseerá. Esas son “fruto del espíritu”. Vienen de arriba. Son el resultado de la obra de la naturaleza de Cristo, impartidas al creyente e incorporadas en su ser por influencia de la Cruz, y el exterminio de la naturaleza antigua por la participación en la muerte de Cristo.-

La verdadera oración puede ser inaugurada sobre las bases de la co-crucifixión. Esa es la condición primordial. “Si estuviereis en mí, y mis palabras estuvieren en vosotros, pedid todo lo que quisiereis, y os será hecho”. Debemos permanecer en Cristo, pero no podemos permanecer en Cristo en el más completo sentido, sin que entreguemos a la muerte, en el poder de la muerte del Salvador, la vida antigua. (Lo que fue incorporado en la mente de Dios una vez que hemos sido crucificados con Cristo).-

Cuando efectuamos nuestra unidad con Cristo en su muerte y en su resurrección, la oración se convierte en una fuerza maravillosa como la que se observa en la vida del Salvador; el dinamismo invencible que se observa en el Libro de los Hechos, y la que existe en la experiencia inefable de los grandes santos de todas las épocas. Es entonces cuando nuestros espíritus, ya libertados por medio del poder de la cruz, de los carnal y de los deseos del alma “levantarán las alas como águilas”. Es entonces cuando esa comunión con el UNO infinitamente adorable que habita en la eternidad, viene espontánea y naturalmente a su más plena expresión. Es entonces cuando el mandato de “orar sin cesar” deja de ser un mandato ininteligible, porque el espíritu, librado ya dela opresión de “la vida de la carne” y libertado de toda opresión satánica por una apropiación de los beneficios completos de la victoria del Calvario, se levanta para tomar su lugar con Cristo en los “lugares celestiales” en donde la creación es un constante respirar de la vida de Dios. Es entonces cuando la oración, fortalecida por el espíritu del Dios vivo –que solo puede ser hasta que se liberta de todos los ingredientes egoístas- se convierte en gemidos indecibles que remueven montañas y logran lo imposible. Esa es la oración que se convierte en realización de la voluntad divina, y por tanto, debe prevalecer, sean las dificultades que sean; cualquiera que sea el problema, y no importando cuán grande sea la necesidad. Así se pone de relieve la gran disparidad que existe entre lo que le Maestro dijo que la oración conseguiría y la caricatura tan miserable que en la actualidad practican millones de personas, y desaparece ante la oración que florece en toda la gloria de su propia naturaleza.-

Examinando la oración a la luz de la Cruz y de nuestra participación en la muerte y la resurrección de nuestros Salvador, no nos causa la menor sorpresa saber de los progresos realizados por algunos de los grandes luchadores de la oración en la Iglesia, como por ejemplo Hudson Taylor, quien con unos cuantos compañeros de trabajo oró, pidiendo que se levantaran mil obreros cristianos que pudieran extenderse por toda la China, con el resultado de que el Señor no sólo les concedió los mil, sino mil ciento cincuenta y cuatro. Jorge Müller, de Bristol, también recibió, como respuesta a sus oraciones, millones de dólares para el sostén de sus huérfanos. David Brainerd luchó con Dios en las selvas de Nueva Inglaterra pidiendo un avivamiento no sólo para sus propios indios, sino para los grupos de todo el mundo; y de acuerdo con la historia de las misiones, ese esfuerzo se convirtió en el factor más importante para el advenimiento del gran despertamiento misionero moderno. Esos triunfos son anotados en la vida y las obras de aquéllos que conocen al Señor Jesús y el poder de su resurrección y que, como Pablo, tienen comunión con Él en sus sufrimientos. “Y la participación de sus padecimientos, en conformidad con su muerte” (Filipenses 3.10).

¿Será que la crisis mundial con sus agonías económicas, financieras, morales, etc., que han envuelto a todos lo pueblos en densas nubes de pesimismo, tienen su origen a la decrepitud espiritual de la Iglesia?. La Iglesia es la agencia divina para la redención de las naciones. Lo que está sucediendo, en cuanto depende absolutamente de Cristo y de su Iglesia para el desarrollo de las fuerzas morales y espirituales de la vida, sin las cuales lo mismo las naciones que los individuos vienen a ser negros esqueletos de corrupción, por lo que están pasando, repito, es un índice seguro del estado del Cristianismo organizado. El amenazador suicidio de la civilización que verdaderamente está motivando que los corazones de los hombres sucumbas al temor, solamente puede evitarse con el impacto divino que trae el Espíritu de Cristo operando en los corazones de los hombres, y que una y otra vez, como la historia claramente lo revela, ha sacado a las naciones del caos y les ha impartido nuevo vigor y esperanza. La dolorosa necesidad de este día, lo mismo que en todos los tiempos, es la expulsión del monstruo del egoísmo de los corazones de los hombres, y la apertura de las compuertas en la vida de las naciones, para la libre circulación del inmenso amor de Cristo. No hay circulación para las naciones, ni hay otra esperanza para el alma individual.-

¿No daremos, pues, lugar a un Cristianismo puro? Cristo no puede poseernos y hacer que los ríos de agua viva que Él ha prometido, fluyan de nuestros corazones con una fuerza curativa, renovadora, transformadora, y abundante, a menos que estemos prontos a ser desposeídos de nuestra propia vida. Cristo no puede levantar sus edificios sobre los viejos cimientos del egoísmo. El caso no estriba simplemente en que nos neguemos a nosotros mismos ciertas cosas; Cristo nos llevó con El mismo a la cruz; la así llamada vida adánica, terminó potencialmente en el Calvario. ¿No nos sentiremos atraídos por aquel amor que movió al Salvador, que estuvo pronto a dejarse escupir, y pronto para ser colgado entre dos criminales, mientras que la plebe gritaba; listo para ser pisoteado, como si hubiera sido alguna cosa despreciable, para que nosotros pudiéramos tener vida, -no responderemos, repita, rindiéndonos gozosamente a los inmensurables llamamientos del Crucificado?.-

El quiere que participemos de su Cruz; quiere que nos divorciemos de la mente carnal, la que es enemistad con Dios, por una participación en su propia muerte. “En su muerte hemos sido bautizados (Romanos 6.3). Si somos seguidores de Cristo, entonces Su muerte al pecado es nuestra muerte al pecado también; Su resurrección es también nuestra resurrección; Su victoria, nuestra victoria, y Su ascensión nuestra ascensión. Dios nos concede la gracia de echar mano de nuestra completa herencia para que así podamos ser más de vencedores.-

Y ahora, “ a Aquél que es poderoso para guardarnos sin caída, y presentarnos delante de su gloria irreprensibles, con grande alegría; al Dios solo sabio, nuestro Salvador, sea gloria y magnificencia, imperio y potencia, ahora y en todos los siglos” (Judas 24,25)