lunes, 30 de noviembre de 2009

"VIDA DE SU VIDA" F.J. Huegel

LA MUERTE DE CRISTO, NUESTRA MUERTE

CAPÍTULO III


No es posible apreciar a primera vista todo el significado de nuestra identificación con el Salvador en su muerte. Es preciso detenerse en el lugar llamado “Calvario”, para dejar que el Espíritu Santo revele las implicaciones profundas de nuestra participación en la Cruz de Cristo.-

El hombre natural no puede percibir estas cosas. Hay necesidad de analizarlas espiritualmente, pero el Espíritu hará su obra, si lo deseamos y estamos dispuestos a experimentar las cosas profundas de Dios. La verdad de la que Jesús habló, diciendo que nos hará libres, será desplegada ante nosotros. No solamente veremos y entenderemos, sino que estas verdades serán entretejidas en la tela de nuestro propio ser. Ninguna verdad escrituraria que tiene que ver en nuestra vida cristiana, puede decirse que es verdaderamente nuestra, sino hasta que penetra en la intimidad del ser y nos obliga a entrar en armonía con ella. Como cristianos, no podemos pretender poseer la verdad aparte de Aquél que es la verdad.-

Cristianos maduros que han experimentado ya una crucifixión interna y que saben lo que es participar de la muerte de Jesús, y que se reconocen muertos al pecado, y vivos para con Dios por medio de Jesucristo, aun después de muchos años de serlo, son conducidos en alguna forma a descubrir honduras más profundas de la vida del “YO”. Cualquier prueba nueva, o alguna circunstancia extraña que trae consigo la gran pregunta de ¿cuál es la voluntad del Padre? ¿Cuál la de uno mismo?, súbitamente revela la influencia oculta del “YO”. La persona puede haber pensado que pertenecía completamente al Señor, y que el “hombre viejo” había sido sepultado con Cristo, pero algún cambio repentino de escena puede despertar la vida pasada y poner en movimiento lo que ha dado en llamarse: “la rueda de la naturaleza”. A medida que el Espíritu descubre ante ellos la obra secreta del “YO”, se dan cuenta de la necesidad que tienen de refrescar y de profundizar su posesión de la Cruz. El único remedio que hay, es una participación más completa en la muerte de Jesucristo. El radio del Calvario es lo único que puede arrancar las raíces que quedan del viejo cáncer. Es decir, quien esto experimenta, se transporta a las alturas más elevadas de la vida espiritual, al someterse a las más hondas profundidades de la muerte. No obstante cuán profundamente hayan ido, el Calvario siempre tiene profundidades de crucifixión no soñadas aún. Es esta una posición que se acepta en un acto de fe, por medio del cual el creyente se entrega al lugar que Dios le asigna en la muerte de su Hijo; también es un proceso de crecimiento en el que el creyente se apropia continuamente de acuerdo con su necesidad, una vida más profunda de comunión con la muerte del Salvador. Pablo dijo que él anhelaba conocer a Cristo y el poder de su resurrección,…en conformidad a su muerte. (Fil. 3.10). Ello se resume en la sin par paradoja del Evangelio que dice:”El que perdiere su vida la hallará”…

Esto no implica la anulación de la personalidad. Por el contrario. Pablo el apóstol, no fue menos Pablo, después de darse cuenta de su unión con Cristo en la muerte, expresada en su asombrosa declaración de la Epístola a los Gálatas:”Con Cristo estoy juntamente crucificado”. Y pudo entonces con más razón decir:”Y vivo”… Cuando la Cruz acaba con “la vida del yo”, de tal manera que el alma tenga su centro en Dios, principia el desarrollo de la personalidad en toda su gloria, y en plenos frutos de poderío. La única manera de poseernos, es permitiendo que Dios reine supremo en nuestras vidas.-

Si hasta aquí no he sido claro en la discusión del asunto, ruego al lector que guarde aún su juicio en cuanto a la verdad de mi tesis, y que me acompañe más adelante en el desarrollo del tema. Aún tengo confianza en el Espíritu. Él es el Espíritu de verdad. Como ya se ha dicho, no hay verdad relacionada con la Gran Obra de Redención, que pueda ser sostenida sin Su ayuda. El Espíritu nos expone el hecho de nuestra participación en la Cruz de Cristo y a la vez nos da valor para aceptar sus consecuencias. En eso consiste su obra, por lo tanto no puede traicionarnos.-

Debemos recordar que nuestra muerte en Cristo es una comunión potencial. Desde el punto de vista divino es algo consumado hace tiempo, completo tanto histórica como objetivamente (se nos dice que debemos aceptarlo como cosa hecha, Rom. 6.11), sin embargo, desde el punto de vista humano, es algo que se deposita en confianza para nosotros y que sólo se convierte en experiencia y se hace efectivo a través del ejercicio de la fe. En la misma forma en que la muerte substitutoria de nuestro Salvador se hace efectiva en la extinción de nuestros pecados por medio del ejercicio de la fe, se hace efectiva nuestra participación en la muerte de Cristo para el exterminio –no de los pecados- , sino del pecado como principio (la vida antigua llena de enemistad con Dios, y de fatuidad egoísta). A lo primero, se le puede llamar participación de los beneficios penales de la obra redentora de Cristo; a lo segundo, participación de las fuerzas morales recreadoras. Pero la condición suprema para poseer el uno o el otro, depende de nuestra disposición activa. Aunque como hemos indicado en otro capítulo, hacemos mal en disociar consciente o inconscientemente estos dos aspectos, porque forzamos al Espíritu de la Cruz. Ambos son parte de un todo.

Al decir que nuestra disposición es la primera condición que se requiere, decimos que el respeto que Dios tiene para la libertad del hombre es tan grande, que podemos afirmar que Dios no puede, cuando el hombre no quiere. Él sólo puede ejercer la influencia de esta grande obra que afecta en un sentido eterno al ser humano bajo la única condición de su consentimiento. Cosa forjada sobre otras bases carecerá del significado verdadero. Dios se limitó a sí mismo en el acto de la Creación, al coronar al hombre con la prerrogativa divina de la libertad de la voluntad. Movido Dios por su infinito amor, hizo partícipe al hombre de su propia Divinidad, levantando barreras a su omnipotencia al habilitar al hombre con el poder de escoger. Esas limitaciones a lo divino nunca han sido ni serán violadas. Dios atrae al hombre pero nunca lo fuerza; hace su apelación en mil formas para su bien, pero no utiliza la coerción. Dios suplica haciendo uso de la Cruz al mostrarnos las consecuencias desastrosas del pecado, pero no nos fuerza a reconocer nuestras obligaciones de amor para con Él.-

Por consiguiente, es nuestro deber saber escoger. ¿Vamos a ser dominados por Cristo o por nuestro “YO”? ¿Continuaremos satisfaciendo los apetitos del YO, aunque eso signifique crucificar nuevamente a Cristo? O llamando a esa vida como se quiera:”vida de la carne”, “vida vieja”, “lo carnal”, ¿hemos de levantarnos de la tumba en el poder de la resurrección de Cristo que es la completa voluntad del Padre?.-

El imperativo que la Cruz de Cristo presenta es en un sentido moral, no coercitivo o por la fuerza, para que aceptemos enfrentarnos con este asunto, que es supremo en todos los tiempos. La eternidad no reconoce asunto de mayor importancia. Dios mismo concibió la lección objetiva del Calvario, para que por nuestra parte no erráramos y no nos equivocáramos en la decisión, pero en cambio rompiésemos irrevocablemente con el YO, a fin de identificarnos con Dios. Jesucristo se humilló, aceptó ser escupido, calumniado, ser clasificado como criminal y colgado ignominiosamente en una cruz frente a la multitud frenética que lo insultaba. ¿Sería posible que la sabiduría de las edades pudiera concebir un camino más poderoso e irresistible, un camino más seguro para que el hombre se despoje voluntariamente del YO? De haberse necesitado algo más efectivo que engendrara en el hombre hastío por el YO, y amor para Dios, estamos seguros de que la sabiduría eterna lo habría producido, y Pablo lo dijo: “Cristo crucificado, es potencia de Dios y sabiduría de Dios” ( 1ª Cor. 1.23-24).-

“Nuestro viejo hombre (algunas versiones usan el tiempo presente, otras el pasado; ambas son verdaderas) fue crucificado con Cristo” Potencialmente hablando es una transacción que ha sido terminada. Hablando en términos judiciales hemos muerto en Cristo desde el punto de vista ético, y así somos juzgados por el Padre. Es imposible que alguno de nosotros trate de añadir o de quitar algo a la Obra ya consumada. En la Cabeza Federal de la Nueva Raza son crucificados aquellos que dependen del Segundo Adán. El ser alemán, francés o latinoamericano hace que tengamos determinada clase de hábitos mentales, así como determinado temperamento de alma. De la misma manera, el ser cristiano produce inevitablemente una vida crucificada. La Iglesia brotó del Seno del Eterno cuando fue generada la vida de la Cruz.-

La venida de Jesús al mundo no fue un mero accidente. Él fue “muerto desde la fundación del mundo”. Su muerte no fue simplemente la de un mártir. “Yo pongo mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, más yo la pongo de mí mismo” (Juan 10.17-18). “Ahora está turbada mi alma (refiriéndose a su Cruz); ¿y qué diré? Padre, sálvame de esta hora. Mas por esto he venido en esta hora” (Juan 12.27-28). Su muerte no fue decisión posterior, sino una adquisición indispensable para engendrar a una Iglesia Crucificada. Un Cristo Crucificado, para que pudiera tener seguidores crucificados.-

Pero, repito, nosotros debemos escoger. Si el espíritu de Cristo ha de florecer en nosotros en todo su esplendor para que podamos alcanzar la estatura del Varón perfecto, es necesario que por medio de un acto de voluntad nos rindamos a aquello que potencialmente es ya nuestra posición ante Dios, es decir, la identificación con la Cruz de Cristo. Entonces es nuestro deber rechazar la “vida antigua” sobre la base de la Cruz y de nuestra unión con Cristo en la muerte.”El reino de los cielos hace fuerza, y sólo los valientes lo arrebatan”. No solamente debemos rehusar la “vida antigua” en un momento sublime de rendición, cuando la verdad de nuestra unidad con Cristo irrumpe en nosotros; debe hacerse con consistencia, y con insistencia, cada vez que nuestra naturaleza pretende reinstituirse. Es nuestro deber hacerlo un hábito constante, como si se tratara de evitar de nuestra nariz el mal olor de un callejón por el que diariamente hemos de pasar. Al hacerlo en un sentido estamos protegidos por la posición que inteligentemente hemos aceptado, porque hemos sido injertados en el Tronco del Cristo Eterno, y por tanto, nos hemos hecho poseedores del proceso de su muerte u resurrección; y en otro sentido todo se pone en un terreno de confianza divina, de un modo que como agentes morales libres nuestro deber es escoger, y escoger nuevamente, y continuar escogiendo.-

¿Quieres poseer esta bendición? ¿La vida divina, la vida que brota como río de agua viva del Trono y del Cordero? Para seguirla es necesario desechar nuestra propia vida, la que ha sido corrompida por el pecado. Necesario es cortarse de ella, cimentándonos en la muerte de Cristo para poder recibir momento a momento la vida celestial. Haz esto, y serás más que vencedor. Hazlo y nunca más volverás a agonizar con actuar en un papel de imitador de Jesucristo. Espontáneamente, inconscientemente caminarás como Jesús lo hiciera. Será imposible ser algo que no fuera como Él, al participar plenamente de su muerte y de su resurrección. Será fácil, será gozoso, será hermoso, como el juego de los pequeños. Será lo más natural el ser cristiano, porque se es partícipe de la naturaleza divina.-

¡Qué gran cosa sería que la Iglesia pudiera ver esta verdad sublime! Hasta el presente, se ha conformado con el cincuenta por ciento de los valores de la redención porque no se ha dado cuenta de las verdaderas implicaciones de la Cruz. No se ha decidió a morir con su Señor. No es aún dueña de sus “posesiones” porque no ha querido reconocerse muerta al pecado. Todavía se encuentra presa de la esclavitud de “la carne, del mundo y del pecado”, porque no ha querido creer a su Maestro, quien, una y otra vez, por precepto, y por ejemplo, y finalmente derramando en el Calvario los más íntimos valores de su propio ser, quiso inculcar el principio sublime de la resurrección. No ha querido creer que la vida eterna sólo puede encontrarse por medio de una completa renunciación de la “vida antigua”. La Iglesia ha querido imitar a su Señor –en el poder de la “vida de la carne” reproduciendo sus modos. No ha querido reconocer su impotencia ni ha querido rendir su vida para poder ser partícipe de la vida celestial. Por consiguiente, la Iglesia no puede dar vida a un mundo que perece, porque no ha sido fiel a su pacto. El pacto fue hecho en el Calvario. Es un pacto de muerte. Jesucristo entró primero por este camino y nos invita a seguirle. El resultado de todo es una profunda unión eterna, el injerto del alma en Cristo, una gran suma de intereses, propósito, aspiraciones que han de ser acrisolados. En esto consiste el Evangelio. Pero como es natural, Dios tiene definidos también los términos sobre cuyas bases puede ser alcanzada esa unión; términos elocuente, inconfundibles, sublimes para todas las edades y razas, y para todas las generaciones, a fin de que éstas no fracasen.-

Continúa....

jueves, 26 de noviembre de 2009

"VIDA DE SU VIDA" F.J. Huegel

CAPÍTULO II

Continuación

¡Cómo es de desearse que la Iglesia hiciera suya la frescura de la visión del Calvario, hasta llegar a apreciar el significado de cada uno de los aspectos más profundos de la Cruz; que los cristianos se dieran cuenta de que el objeto principal de Jesucristo, fue exterminar la “antigua creación”! Jesús que era el Hijo del Hombre, toma al hombre para llevarlo hasta la tumba, a fin de destruir “el cuerpo del pecado” para dar fin a la “vida antigua” trayéndola luego en el poder de la resurrección cargada con la dinámica de un vida celestial. Al referirse Pablo tanto al Judío como el Gentil, dice lo siguiente: “Cristo…Dirimiendo en su carne las enemistades…para edificar en sí mismo los dos en un nuevo hombre…por la cruz” (Efesios 2.15-16). Reconocer esta verdad viva produciría una revolución espiritual que afectaría toda la vida de la Iglesia, la barrería como una alta marea de la vida divina, fortaleciendo a los miembros del Cuerpo de Cristo, entre los cuales hay algunos que actualmente languidecen en los pantanos de la decrepitud espiritual, llenándolos, en cambio, de un nuevo gozo, encendiendo en ellos la vida celestial que es la Vida de las Edades. Dijo el gran predicador francés Lacordaire, que la Iglesia nació crucificada, y que por tanto, permanecerá aislada sin que broten de su seno ríos de agua viva, en tanto que no caiga al polvo y muera como su Cabeza Divina. Algunos de nuestros hermanos británicos han dicho con razón que lo que hará que la Iglesia recobre la llama del celo apostólico, y que tenga frutos como los de los primeros cristianos, no ha de ser por medio de un gran avivamiento del reino de la hechura carnal, sino por medio de una muerte Divina.-

Quiera Dios darnos gracia para entender claramente que Cristo no viene a nuestras vidas a poner parches en el “hombre viejo”. En este punto muchos cristianos se han “ahogado”, porque han creído que la misión de Cristo es “hacerlos mejores”, aún cuando no existe ninguna base bíblica para sostener tal idea. Jesús dijo que su intención no era echar el vino nuevo en odres viejos. Dijo que no había venido para traer paz sino espada. Dijo también que ninguno que no se negare a sí mismo podría ser su discípulo. Jesús no vino simplemente a enderezar la “vida vieja”; tampoco ha prometido hacernos mejores; toda su obra redentora consumada en la cruz, descansa en algo que es más que un suposición, porque Dios lo llama un hecho, y es que la condición del hombre es tal, que sólo muriendo y naciendo de nuevo, puede llenar las exigencias del caso. Así que lejos de tratar de parchear al hombre, dejando que después imite lo mejor que pueda a su modelo que apareciera hace dos mil años en Judea, a saber Jesús; simplemente lo lleva hasta la tumba, donde termina por entero con la “vida antigua”, y a continuación, lo hace participante también de su resurrección. Cristo, nuestro Señor nos une con El mismo, impartiéndonos vida enteramente “nueva”; solo que lo nuevo se obtiene mediante el rechazamiento de lo viejo. Jesucristo es la Vid, nosotros somos los pámpanos. El es la Cabeza, y nosotros constituimos el cuerpo.-

Pablo emplea hábilmente en sus epístolas un “si” condicional, que es importante, porque a menudo señala hacia el Calvario; de igual modo nos asombra con una demanda imperativa en el sentido de que debemos permitir nuestra co-crucifixión. “Viviremos con Cristo si morimos con Él” “Seremos como Él, en la semejanza de su resurrección, si somos plantados en la semejanza de su muerte” “Reinaremos con Él, si sufrimos con Él”.-

Muchas veces he pensado en aquella figura simbólica que levantó Moisés en el desierto. Jesús la empleó, refiriéndose a ella en la entrevista que tuvo con Nicodemo y dijo: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”. Y yo me pregunto, ¿por qué fue una serpiente? ¿por qué no fue otra cosa la que se empleara al tratar de encontrar un símbolo para tipificar al Rey y su obra redentora en la Cruz? Está escrito que todo aquel que veía a la serpiente era sanado. Mas nos preguntamos ¿por qué había de ser una serpiente en lugar de un lirio, o una rosa?¿ no era esa la representación que tuvo la Rosa de Sarón? Yo pude entenderlo después de que descubrí el principio de la identificación. Jesucristo no estaba solo en la Cruz del Calvario, porque nuestros hombre viejo fue crucificado en el segundo Adan, - el Hombre representativo- quien estaba en el madero maldito no por sí mismo, sino por el hombre; allí estaba Uno, identificado plenamente con el hombre en su sufrimiento y en su pecado, tan fundido en la iniquidad y en la depravación de la raza humana, que no podía morir a causa del pecado o al pecado, sino para que el hombre muriera éticamente al pecado en Él. Por consiguiente; si era mi “propia vida” tan maldecida como aborrecible, la que fue clavada en la Cruz de Cristo y de acuerdo con el juicio de Dios murió con Él, no podía haber habido mejor símbolo que el de la serpiente. En verdad hay en el hombre una serpiente que, picando con el aguijón de la muerte, ha envenenado todas las fuerzas del ser; ha arrojado al hombre a la noche del enajenamiento de Dios, por lo que su condición no es envidiable en absoluto, en tanto que no se arranque de él la vileza y le sea inyectada vida nueva. No se necesita otra maldición; no será sellada otra sentencia; ni habrá otra condenación. La misma naturaleza del YO vista en su esencia y en sus consecuencias propias, produce como resultado irremediable la miseria. Esa es una ley, -una ley inexorable.-

No hace mucho tiempo, leí yo acerca de la extraña suerte que corren ciertas señoritas empleadas en un laboratorio donde es inevitable el contacto con el radio. Saben esas señoritas que al entrar a trabajar en la fábrica, sellan su suerte, porque van a morir, Después de algunos meses, o quizá años, no recuerdo el tiempo exacto, obtienen su libertad y se les deja abandonar el trabajo con un atractivo cheque de diez mil dólares. Algunas de ellas sobreviven un año, otras dos y aún tres, pero todas, al fin, mueren víctimas del radio, y a eso se debe tan cuantiosa remuneración. Algunos médicos han examinado a través de los Rayos X a señoritas que han estado en contacto con el radio y han encontrado la existencia de un fuego extraño que consume lentamente su vida, quemándoles los huesos. El radio mata, y es la fuerza concentrada más poderosa que conocen los hombres de ciencia.-

Dos mil años hace que nació en un establo de Belén el don que Dios dio al mundo en su Hijo Unigénito. En Él estaba concentrado el inmenso amor del Padre, pero la fuerza completa de ese amor redentor, no se desprendió para ser regado sobre el mundo plagado de pecado, sino hasta que en el Calvario se destrozó el corazón ardiente del Amado. Fue entonces cuando el radio celestial se enfocó sobre el gran cáncer del pecado y la vergüenza de la humanidad. El radio mata. No hay poder debajo del cielo que pueda aguantar la concentración de su fuerza. La Cruz mata. El hombre que se expone a sí mismo a la influencia de la Cruz, descubre pronto que un fuego interno quema sus huesos. La “vida personal antigua”, sensible y exigente, codiciosa y quisquillosa, tan arrogante, tan vanidosa y tan ciega que se fija sólo en su codicia personal, está dispuesta a sacrificar el bien de los demás para asegurar su propia gloria. Esa “vida personal antigua”, no puede resistir más el impacto del Calvario como tampoco resistiría una frágil embarcación el golpe del oleaje de un mar embravecido.-

El Dr. Mabie en su obra inmortal “La Cruz!”, refiriéndose a la muerte del Salvador, como “Lo inmortal-muriendo” . Dice que eso generó una gran fuerza –fuerza moral destructiva del pecado- al lado de la cual toda la ética fría de las edades, todos los preceptos de los moralistas, sí, y todas las leyes de las naciones, son como el parpadear de una estrella frente al fuego de un sol de medio día. En verdad no fue una mera muerte. Las rocas fueron despedazadas y la tierra tembló en aquella hora de triunfo en que el Hijo del Hombre exclamó (el evangelista insiste que fué “con una gran voz”): “Consumado es”. La vida no se desvaneció meramente, sino que aumentó su fuerza. Por eso en la última hora, el gran grito de la consumación sacudió toda la tierra, “Cuando el Centurión que estaba delante de él, viendo….dijo: “Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios”. (Marcos 15.39).-

Con razón el Dr. Mabie habla del “proceso medio” de la muerte y de la resurrección. La resurrección estaba en la muerte, y la muerte en la resurrección. Ese radio moral concentrado, si se puede decir así, entra en el espíritu del creyente cuando éste se rinde a la Cruz de Cristo. La “vida antigua” puesta bajo el poder dinámico de la Cruz, es condenada a muerte. Entonces la vida resurrecta toma su lugar. Por eso el apóstol de los gentiles exclamó diciendo:”Lejos esté de mí gloriarme sino en la Cruz de Cristo por quien soy crucificado al mundo, y el mundo a mí”.-

“Nosotros predicamos a Cristo crucificado, a los judíos piedra de tropiezo, y a los que son llamados, al judío primeramente, y al griego, Cristo es el poder de Dios”. (Poder, del griego DINAMIS, de donde se deriva nuestra palabra “dinamita”)

Fin del Cp. II

sábado, 21 de noviembre de 2009

"VIDA DE SU VIDA" F.J. Huegel

PARTICIPANTES DE LA CRUZ

LA MUERTE DE JESÚS ES NUESTRA MUERTE

CAPÍTULO II

Me propongo trazar paso a paso el alcance de este gran principio de la participación en Jesucristo, para mostrar lo maravilloso de la longura, la anchura, la profundidad y la altura de la identificación del creyente con el Salvador. Cristo es uno, con todos los verdaderos creyentes; éstos constituyen Su cuerpo; usando el lenguaje de Pablo, son: “miembros de Su cuerpo, de su carne, y de su hueso”. Pocos cristianos han vislumbrado siquiera las implicaciones de esa unidad con Jesucristo y la gloria irresistible de esa posición, Quiera el Padre de las luces ayudarnos no sólo a entender; sino a entrar en su santo templo y a alcanzar nuestra unidad con Cristo. Ese es el único manantial que puede satisfacer nuestra sed, y no hay otro camino que sirva para la realización de nuestras aspiraciones más profundas como cristianos.-

Debemos tener presente que el oficio del Espíritu Santo es: injertar al creyente en Jesucristo, como el jardinero injertaría la rama de un árbol en el tronco principal de otro. “Porque por un Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo” (1ª Cor. 12.13). Pablo se apoyó en ese proceso del injerto al escribir el capítulo 11 de su carta a los Romanos, refiriéndose a la ruptura de Israel de la Raíz, de Cristo, y del injerto de los gentiles para que éstos sean participantes de la Raíz. Ese es el aspecto más profundo de la verdadera conversión. Si no se realiza un verdadero injerto en Jesucristo, se convierte en aspureo, y por ende, no puede producir frutos. Necesitamos nacer de nuevo, debemos estar arraigados dentro del Tronco del Eterno. Nuestro deber no es solamente imitar a un director divino; somos herederos de grandes y preciosas promesas mediante las cuales somos hechos participantes de la Naturaleza Divina (2ª Pedro 1.4). El Espíritu mismo da testimonio con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios y coherederos con Cristo (Rom. 8.17).-

El Espíritu es el que nos dio la convicción del pecado, a la vez que un deseo ardiente de liberarnos de su dominio; es el mismo Espíritu quien nos reveló a Cristo como el único camino de salvación, porque Él cargó con nuestro pecado (Juan 16.7-15). El Espíritu es el que nos ata a Cristo arraigando nuestra vida en Su Vida Divina, y hace que crezcamos en Él, que es la Cabeza. La Sra. Penn-Lewis indica en uno de sus libros, que el bien amado versículo de Juan 3.16 tiene un significado diferente del que conserva la versión inglesa. No es solamente el que cree en Cristo, sino que cree dentro de Él, el que tendrá vida eterna. El Espíritu Santo, obra conjuntamente con nuestro espíritu aunque a menudo nosotros no somos del todo conscientes de su obra, pero es por la acción conjunta del Espíritu, que nosotros hemos creído dentro de Cristo. Él llega a ser nuestra vida.”Empero el que se junta con el Señor, un espíritu es” (1ª Cor. 6.17).-

Para hacer un injerto, es necesario cortar algo. Si no morimos a lo natural, ¿cómo podemos esperar vivir a lo sobrenatural? Por eso Pablo dice que:”Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con Él”. Cuando de manera contraria a lo natural, se injerta una rama en el tronco de un árbol de otra especie, es indispensable que se rompa con la vida antigua, a fin de formar raíces del nuevo tronco y recibir de este la vida nueva. La relación con el tronco antiguo, queda tan radical y completamente eliminada, que para la rama ya no existe lo antiguo. Por el contrario, de tal manera asimila la sustancia nueva con una constancia que el proceso produce efectivamente la fusión de los dos.-

Un estudio de la biografía cristiana, revela el hecho de que los grandes santos de la Iglesia, (utilizo el término santos en su significado bíblico en el sentido descriptivo de todos lo que verdaderamente viven en Cristo) han experimentado con muy pocas excepciones lo que algunos llaman: “la segundo obra de la gracia”. Hubo tiempos en que buscaban anhelosamente una participación más completa en la vida de Dios. Podemos hablar de ello como “la Santificación”; otros, enfatizando principalmente el hecho del descanso, le llaman:”el Descanso de la fe”. Actualmente parece que el énfasis está en lo victorioso, es decir: “la Vida Victoriosa” o también podemos referirnos a ello como “la Vida Abundante”. Sea lo que fuere, la experiencia cristiana no está limitada por meras terminologías y el hecho permanece latente, de que tarde o temprano, el cristiano despierta a la conciencia del pecado, de lo “egoísta”. No existe razón alguna, ni escrituraria ni de otra naturaleza, que evite que el cristiano llegue a ese plano de experiencia inmediatamente después de su conversión; sin embargo, los hechos indican que generalmente vagan algunos años por el desierto de afectos divididos antes de entrar a la tierra donde fluye leche y miel.-

Repetimos que es el Espíritu Santo el que hace que el creyente alcance la convicción del pecado de un corazón dividido; muestra, además, al creyente, la tragedia de cómo la voluntad personal modifica el propósito de Cristo de conseguir una unión completa con Él. Por otro lado, revela con precisión dolorosa y claridad aplastante, la consecuencia terrible de la vida “egoísta”, en su enemistad para con Cristo, y su poder para ahogar la vida del espíritu; muestra al creyente la duplicidad de su camino, la vergüenza de una piedad estancada y el escarnio que produce una devoción superficial a Jesucristo. El creyente se da cuenta de que con su deseo de placeres, su voracidad de excitaciones y la pasión por sí mismo, está crucificando nuevamente a Jesucristo. Se dá cuenta de que aunque ha echado raíces en Cristo, todavía se siente estirado más por las raíces antiguas; ve lo fangoso que es el río de su vida, lo turbias que son sus aguas, y cómo el hedor de su “egoísmo”, marchita las flores que crecieron a la ribera, y entonces principia a entender el significado de Romanos 7, donde se da cuenta de que él también puede ser libre, así como suyo es el clamor íntimo del corazón que dice:”¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?”.

En este estado se presenta una crisis. Es llegado el momento de hacer una revelación fresca y amplia, de la eficacia de la obra redentora de Cristo. Los ojos del creyente se abrirán al significado de los aspectos más profundos de la Cruz de Cristo. La Cruz se descubre y el Espíritu Santo revela a Cristo, esta vez no como el Divino ser que carga con el pecado (aunque el creyente nunca va más allá de la necesidad de una constante apropiación de la eficacia del sacrificio de Cristo por el pecado), sino como el camino para salir de eso abominable que llamamos “el YO”. Mediante una visión de sí mismo, como uno con Cristo en Su muerte, -crucificados con Cristo-, que ahora el Espíritu concede al creyente, ve que también él murió al pecado en la muerte del Salvador, y que fue éticamente entregado a una posición de muerte, a fin de poder ser atraído por la acción cataclísmica de una participación corpórea en la cruz y en la tumba del Hijo del Hombre, para salir del dominio de “la vida del YO” y entrar en una nueva vida de Divina potencia. Comienza a ver que sin eta participación en la muerte del Hijo del Hombre, el pecado como un principio, (la mera cosa que precipitó la nefanda tragedia del Calvario), continúa operando en él, y en cierto sentido, colocándolo en una posición de complicidad con los mismos verdugos del Salvador. El creyente se da cuenta de que si no firma la sentencia de muerte de su propio YO, su posición se hace intolerable y llega al colmo de las contradicciones. También entiende que Jesús murió por él, pero que a la vez él, como pecador, murió potencialmente en Cristo al pecado y que, por tanto, lo primero sin lo segundo, daría origen a grandes y desastrosas contradicciones. Esta clase de lógica obrando sobre él con fuerza casi demoníaca, lo empuja de esa posición de doblez en la que está, de manera casi inconsciente, a decidirse entre morir con Cristo al pecado, o continuar crucificándolo, porque la mente carnal es enemistad con Dios. (Rom. 8.7). Es decir, entiende que, o se crucifica el YO, o se crucifica a Cristo.-

Esto y más es la obra del Espíritu Santo. No es cosa natural que el hombre se torne contra sí mismo y que odie lo que por naturaleza ama, lo que ama sobre todas las cosas, es decir, el YO. Dice el Dr. A.B. Simpson en su libro:”Días del cielo”; que el Espíritu Santo es el gran sepulturero que al final de cuentas nos conduce al lugar preferido y designado por Dios, que es el de la participación en la Tumba de Jesucristo. Sólo que Él no puede forzarnos a participar en la vida de crucifixión trayéndonos al lugar llamado Calvario, sin nuestro propio consentimiento. Es necesario que nosotros consintamos morir. Todo lo que significa la Cruz de ignominia, vergüenza, dolor y muerte, que es lo que desgarra el corazón de Jesucristo, no es más, ni menos, que la ley moral infinita que constituye el camino que Dios utiliza para incitarnos a desea morir. Nada sería demasiado, si El pudiera convencernos de tal manera que diéramos nuestro consentimiento para morir.-

Por eso es que la Cruz salva; no por magia divina, ni tampoco sólo porque Jesucristo llevó nuestro pecado (aunque lo hizo), porque el propósito del Calvario es infinitamente más profundo. Estoy de acuerdo en cierta forma con el Lord Beaconsfield, quien arroja un cargo contra la doctrina de la expiación, llamándola positivamente inmoral. Por supuesto, que en la forma es que es concebida por un gran número de personas, es inmoral. Si la muerte de Jesucristo en mi lugar, tiene fuerza activa ante Dios, simplemente porque yo digo que acepto el sacrificio del Salvador, sin importar mi conducta diaria, dejando que continúe ejerciendo en mí su influencia, esa cizaña venenosa de hedor histórico que llamamos pecado, no tengo empacho en decir que la Cruz es inmoral.-

Pero la Cruz de Cristo no es así. Esa otra podría ser la cruz desmembrada de muchos cristianos modernos. La Cruz de Cristo realiza una substitución:”Dios cargó sobre Él, la iniquidad de todos nosotros”, pero es más todavía; la obra redentora de Cristo en el Calvario es de tal naturaleza, que es imposible recibir sus beneficios legales, sin participar también plenamente de sus beneficios morales.-

Esto quiere decir que cuando alguno ha visto al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, pero que nunca llega a tener el deseo de separarse de un centro falso como el YO, para aceptar en su lugar a que se diga que todavía no se ha alcanzado el propósito actual de Dios, que quiso hallar expresión en aquel evento indescriptible, que un escritor ha llamado “el momento más sublime en la historia moral de Dios”. Sencillamente no se ha alcanzado. El Espíritu Santo, nunca ha tenido la oportunidad de ejercer su influencia ayudándonos a participar espiritualmente en la muerte del Hijo de Dios, que en la Divina economía, fié algo corporizado: el Cuerpo, la Iglesia, muriendo en su Divina Cabeza.-

El más grande de los apóstoles vio esto tan claramente, que al darse cuenta de la posibilidad de continuar en pecado una vez que se había tenido fe en Jesucristo, doctrina que fue aceptada por la Iglesia Primitiva, exclama alarmado como si estuviera herido:”¿Pues qué diremos? ¿Perseveraremos en el Pecado para que la Gracia abunde?” Sí, dicen algunos, porque después de todo, la salvación es simplemente libertarnos de las consecuencias penales del pecado.”¡Ah!”, pero dice el apóstol, “los que somos muertos al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O, no sabéis que todos los que somos bautizados en Cristo somos bautizados en su muerte?...Somos sepultados juntamente con Él a muerte… fuimos plantados juntamente en Él a la semejanza de su muerte…nuestro viejo hombre, juntamente fue crucificado con Él, para que el cuerpo del pecado sea deshecho… Porque el haber muerto, (Cristo) al pecado, murió una vez…Así también vosotros; pensad que de cierto estáis muertos al pecado, más vivos a Dios, en Cristo Jesús Señor nuestros” (Rom. 6).-

Se dice con razón que una verdad fuera de toda proporción, puede a menudo convertirse en error, La verdad de la muerte substitutoria de Cristo sin lo que encontramos en Romanos 6, puede precipitar a la persona a una confusión que siempre termina en error, porque es un hecho de que en el juicio de Dios, nosotros somos hechos participantes de la Cruz, somos uno en Cristo por Su muerte al pecado, y somos poseedores del deseo de que el Espíritu extermine la vida del YO , la vida carnal que es enemistad con Dios, Sería un evangelio decapitado, que por su falsa esperanza podría obrar bien en algunos casos, pero que haría más perjuicio que bien.-

Hay en las memorias de la Sra. Penn-Lewis, una extraña historia relacionada con una visita que hizo a la India y que se aplica de una manera maravillosa a este modo de pensar. Los escritos de la Sra. Penn-Lewis, hablan, casi todos, de la identificación del creyente con la muerte y la resurrección de Jesucristo, y un misionero que más tarde se dio a la tarea de propagar celosamente los escritos de la señora, tuvo en cierta ocasión un sueño que le impresionó grandemente. Se trataba de la Cruz de Cristo, pero lo que impresionó su mente, no fue el cuerpo sangrante del Salvador, sino algo excesivamente feo, abominable, algo cuya naturaleza no podía identificarse. ¿Qué pudo haber sido aquello? Pasado el tiempo se dio cuenta del contenido del mensaje de la identificación, y de que él también había sido crucificado con Jesucristo, de modo que el Espíritu le hizo la revelación de que lo abominable que había visto en el sueño, no era otra cosa que él mismo.

Cotinuará....



domingo, 8 de noviembre de 2009

"VIDA DE SU VIDA" F.J. Huegel


LA VIDA CRISTIANA UNA PARTICIPACIÓN, NO UNA IMITACIÓN

CAPÍTULO I

Continuación

Hacemos bien con enfrentarnos a todos los aspectos aterradores del dilema. Pablo también lo hizo. No levantó una cortina de humo sobre su propia incapacidad por un lado, y lo inalcanzable del carácter de la ley de Cristo por el otro. Nos asombra ver la franqueza con que reconoce que en sí mismo, (es decir, en su carne, Rom. 7.18) no puede encontrar algo bueno. Cándidamente reconoce que se goza en la ley de Dios, a la que ama; pero a la vez la encuentra como algo que la naturaleza humana no puede alcanzar. Si somos honrados acerca de estos asuntos, pronto nos vemos inconscientemente encaminados a dar ciertos pasos que, con seguridad, han de introducirnos a un nuevo y glorioso día. Condujo a Pablo a hacer un gran descubrimiento, e igual cosa puede hacer conduciéndonos a nosotros.-

Cuando Pablo escribe Romanos 7, no quiere decir que sea voluntariamente desobediente, como lo fuera antes de los días de la crisis en el camino hacia Damasco, porque él amaba a Jesús, era soldado de la Cruz, y era un cristiano consagrado. Pero el verse frente a la nueva y deslumbrante luz de la Cruz de Cristo, aquello que cuando era un estricto discípulo de Moisés habría sido insignificante, ahora le pasma por su grandeza. Cosas pequeñas e inocentes, actitudes aparentemente inofensivas, pecados extremadamente pequeños que, bajo la ley de Moisés, habrían pasado desapercibidos y hasta aparecido como virtudes, ahora destrozan su corazón; le son repulsivos; no puede tolerarlos; parece que le queman como con fuego del infierno, que le hieren como una picadura de escorpión, y que hieden como un cuerpo putrefacto en algún charco fangoso.-

Pablo, sin embargo, quiere ser como Jesús. Ese deseo no es asunto de ética pura, ni es simplemente cosa de bueno o malo. La pregunta ardiente que se suscita en él es esta: ¿Es como Cristo? Pablo quiere ser libre. Su amor propio, aun en las formas más íntimas, en sus gestos más inofensivos, le es nauseabundo. Le gustaría, por otro lado, ser como Jesús en toda la belleza de su humildad y de su compasión. Quiere amar a Dios con un amor de visión que caracteriza al “Unigénito del Padre!” . En un paroxismo de repugnancia de sí mismo, y en la angustia de su desesperación, el apóstol clama por su verdadera liberación. (Rom. 7.24).-

¿Existe acaso alguna solución para ese problema? Por supuesto. Pablo la encontró, y también nosotros podemos hallarla.-

Ahora bien, he aquí mi tesis: Hemos estado procediendo sobre bases falsas, al concebir la vida cristiana como una imitación de Cristo. No es una imitación de Cristo, sino una participación de Cristo. “Porque participantes de Cristo somos hechos” (Hebreos 3.14). Hay, por supuesto, algunas cosas buenas en la “Imitación de Cristo”, de Tomás Kempis; pero la idea fundamental es falsa en lo que se refiere a los principios que sostienen la vida cristiana. Al proceder sobre las bases de una imitación, seremos arrojados al pantana de la desesperación en que se encontró Pablo, cuando escribía Romanos 7.-

El hecho es que no somos lo que Cristo quisiera que fuéramos. El Sermón del Monte no ha hallado lugar en nuestras actitudes; el pecado, como principio, todavía domina nuestras vidas; no hemos sido liberados de la envidia, del orgullo, del amor propio, de la concupiscencia, del placer; todavía nos destroza la montaña del egoísmo secreto, y a pesar de los esfuerzos que hacemos, aún permanece inamovible; tenemos tan poco gozo, y tan poca libertad de espíritu, que nada poseemos del rapto que caracterizaba a los primeros cristianos. Agonizamos, luchamos hasta sangrar pero el fracaso sigue como perro rastrero nuestros pasos. ¿Qué es lo que pasa? Simple y sencillamente que estamos procediendo sobre bases falsas. Estamos haciendo lo que el Salvador mismo nunca esperó que hiciéramos. La vida cristiana no es una imitación.-

El gran dilema del que hemos hablado se resuelve en los términos más sencillos, al entender la distinción que existe entre la imitación y la participación. Porque aquello que me es imposible alcanzar como imitador de Cristo, llega a ser perfectamente natural como participante de Cristo. Sólo cuando Cristo nulifica la fuerza inherente de la “vida propia”, y nos imparte una vida Divina, es cuando en un sentido verdadero se hace posible la existencia de la vida cristiana, tanto de ti, amado lector, como de la mía. Debemos nacer otra vez. “La carne de nada aprovecha”. Sin Jesús, nada podemos hacer. Es indispensable vivir en Él y renunciar a nuestra propia vida para encontrar “vida nueva” en Él.-

Son simples los requisitos que se imponen para obtener esa “NUEVA VIDA” que parece inconcebible y difícil de realizar mientras nos movemos dentro del plano de la “vida carnal”. No son otra cosa que declaraciones acerca de su modus operandi. El mismo Sermón del Monte, lejos de chocar en algún sentido con esa vida nueva, es simplemente la expresión de su modo de ser.-

Desgraciadamente no hemos tomado en cuenta lo que Jesús dice, en el sentido de que debemos permanecer en Él como el sarmiento en la vid. (Mat. 5,6,7). Si no existiera el capítulo 15 de Juan, todo sería como muchos carros de carga sin motor, o como una ballena sin agua, o como un pájaro sin aire.-

Cuando Jesús estuvo con sus discípulos en el Aposento Alto por última vez, dándose cuenta de que era la oportunidad póstuma para imprimir en ellos los principios fundamentales de su mensaje, hace hincapié de manera suprema en la importancia de esa unión mística, que es la unidad espiritual de todos los creyentes con Él, es decir, el hecho de la participación: “Permaneced en Mí y Yo en vosotros”. Nuestros fracasos sólo confirman la palabra del Salvador, quien dijo: “Sin Mí, nada podéis hacer”.-

No hemos sido llamados a imitar a Cristo. La verdad de las cosas es que eso tendría muy poco valor, como lo asienta Pablo en el pasaje a menudo citado del “Salmo del Amor” (1ª Cor. 13). Hacerlo, sería artificial, y aun el Maestro diría en ese caso: “la carne nada aprovecha”. Este deseo fue llevado hasta el colmo en un país donde trabajé algunos años, cuando un hombre devoto, celoso, se dejó crucificar, clavado literalmente en un cruz donde fue hallado por sus padres muerto cuando acudieron a su rescate. Hablando estrictamente, la Iglesia no aprueba esta clase de cosas, pero teóricamente lo hace, al permitir que un gran número de sus hijos procedan sobre bases falsas de imitación.-

El cristianismo no ha sido llamado a desempeñar un papel de actor que agoniza sobre líneas mal aprendidas. La vida cristiana en el pensamiento de Dios, es infinitamente más bienaventurada y más atractiva. “Somos hechos participantes de Cristo” (Hebreos 3.14). Nos han sido provistas promesas muy grandes y preciosas “para que por ellas fueseis hechos participantes de la naturaleza divina” (2ª Pedro 1.4). El Creyente es injertado en el Tronco del Eterno.”Yo soy la Vid, vosotros los pámpanos”.-

“Las riquezas de la gloria de este misterio. Cristo en vosotros la esperanza de gloria”. (Col. 1.27)

lunes, 2 de noviembre de 2009

"VIDA DE SU VIDA" F.J. Huegel

LA VIDA CRISTIANA, UNA PARTICIPACIÓN, NO UNA IMITACIÓN

CAPÍTULO I

Es imposible hacer un estudio del Nuevo Testamento, sin experimentar unA verdadera sacudida frente a la diferencia que existe entre la vida cristiana como la vivimos y el ideal del Maestro. Son tan evidentes las incongruencias y tan alentadoras y dolorosas las contradicciones, que muchas personas que tienen un conocimiento superficial de las palabras del Salvador, se sorprenden sobremanera; y nos atrevemos a decir: que aun aquellos que nunca han leído las páginas del Nuevo Testamento también son sacudidos.-

Cuando comparamos el cuadro de la vida cristiana presentado por los apóstoles, con lo que hoy día se presenta bajo ese nombre, sentimos que titubeamos. El contraste es tan grande, como el que hay entre el cuerpo extenuado de un amigo moribundo –por no decir el cadáver- con aquel que, en días de vigor y de salud caminó a nuestro lado.-

No tengo por objeto criticar al cristiano moderno. Tampoco estoy disgustado con la Iglesia; ni pretendo hacer el papel de iconoclasta. Por treinta y nueve años he sido misionero de la Cruz y no pretendo desertar de sus filas. Mi único propósito al llamar la atención a nuestros fracasos como cristianos, es señalar el camino de la vida victoriosa en Cristo, para aquellos que, conscientes de su pobreza espiritual, “tienen hambre y sed de justicia”.-

Es para el cristiano que se encuentra al borde de la desesperación, por el horrible cuadro que presenta su fracaso al tratar de reflejar fielmente la imagen del Maestro, para quien tengo un mensaje. Es para el que tiene sed del agua de la vida, que lejos de apagarla, ésta lo consume y lo enferma de deseo, y a éstos me propongo desenvolver el secreto de la vida abundante, la vida a la que se refirió Jesús, cuando dijo que: “ríos de agua viva” brotarían de aquellos que creyeran. Es para el que está aburrido por las mofas, enfermo por la falsedad humana, que ha sido víctima de una aversión personal íntima, para el que siente que como cristiano debe libertarse del poder del pecado, y que a pesar de todas sus luchas es despedazado por el sentido de su fracaso; es para quien está en cualquiera de esas situaciones, para quien anhelo presentar el mensaje de la Cruz. También para los que anhelar poder –el poder que viene de arriba-, para los que desean que su vida, servicio, ministerio y predicación sean saturados con el Espíritu del Dios Vivo, tengo una palabra que indudablemente dará lugar a un nuevo día.-

Antes de entrar a la definición de mi tesis, conviene resumir algunos de los requisitos indispensables de la vida cristiana. Debemos andar como Él anduvo (1ª Juan 2.6). Debemos amar a nuestros enemigos (Mat. 5.44). Debemos perdonar como Jesús cuando en la vergüenza y la angustia de la Cruz, perdonó a los que blasfemaban de Él y le crucificaban (Col. 3.13). Debemos ser agresivamente bondadosos para con quienes nos odian, y debemos orar por los que nos aborrecen (Mat.5.44). Debemos ser vencedores: más que vencedores (Rom. 8.37). Debemos agradecer todo, aún aquellas cosas que destruyen nuestras esperanzas más amadas, porque todo obra juntamente para nuestro bien (Rom 8.28; Efesios 5.20).-

Para nada debemos estar afanosos. Nuestras peticiones deben ser notorias delante de Dios, en toda oración y ruego, con hacimiento de gracias (Fil. 4.6). Debemos gozarnos en el Señor siempre (Fil. 4.4). Debemos pensar en todo lo que es bueno, en todo lo honesto, en todo lo que es justo, en todo lo que es puro, en todo lo amable, en todo lo que es de buen nombre; si hay alguna virtud, si hay alguna alabanza (Fil. 4.8). Debemos ser santos porque Dios es Santo (1ª Pedro 1.16). El Salvador dijo: que si creemos en Él brotarán de nuestro ser, ríos de agua de vida (Juan 7.38). Debemos ser irreprensibles, en contraste con el maligno y perverso; sin mancha y sin culpa, resplandeciendo cual luminares, como hijos de Dios (Fil 2.15). Debemos odiar nuestros yo, no mimarlo, ni cuidarlo o buscarlo amándonos a nosotros mismos, sino literalmente odiarnos y renunciar diariamente a nuestro yo (Mat. 16.24). Se nos ha dicho que no podemos ser discípulos de Cristo sin renunciar a nosotros mismos, completa y absolutamente en todas las cosas y a cada momento (Luc. 14.26). Pablo dice que nuestros afectos deben ser puestos en las cosas de arriba (Col. 3.1).-

Con eso es suficiente. No necesitamos ir más adelante, hacerlo, sólo aumentaría nuestra vergüenza, nuestro dolor. Debido a ello estamos procesados. No somos lo que Cristo quisiera que fuésemos. Sí, ésta es la medida de la vida cristiana; éstas son las bases por las que hemos de ser juzgados; esto es lo que demanda Dios de nosotros como cristianos, pero en cambio, exclamamos nosotros como Isaías lo hizo:”¡Ay de mí! que soy muerto”.-

Si el Salvador es tan tierno y entendido, tan amoroso y tan sabio, ¿por qué no incluye requisitos que estén más de acuerdo a la naturaleza humana? ¿Por qué nos parece irracional? ¿Por qué no demanda de nosotros cosas que razonablemente podamos alcanzar? No ordena volar, y no tenemos alas.-

Cuando se habla del superhombre, no solo hemos de referirnos a la sobreabundancia de hombre; más bien el hombre-deificado, si se permite la expresión; es lo que el Nuevo Testamento proclama como el verdadero tipo del cristiano. ¿Qué hace al Salvador ver más allá de lo meramente natural, y hace descansar la vida cristiana sobre bases supra naturales? ¡Yo protesto! No es natural amar a nuestros enemigos, no es natural estar siempre gozosos, no es natural sentirse agradecido por las cosas que hieren; no es natural aborrecerse a uno mismo; no es natural andar como Jesús anduvo. ¿Nos hemos enfrentado acaso honradamente con lo que ese dilema implica? ¿Somos poseedores del valor que se necesita para enfrentarnos con lo que la Palabra de Jesucristo demanda de nosotros? ¿Qué ganamos con tratar de engañarnos a nosotros mismos, diciendo que, después de todo, la diferencia que existe entre lo humanamente posible y la ley de Cristo, no es tan grande, en cuanto se refiere a lo que podemos alcanzar por nuestra naturaleza misma y lo que Dios nos pide en su Palabra? .-

Si el sistema cristiano no puede ofrecer una respuesta satisfactoria, merece las calumnias de sus enemigos, pero mi argumento como se verá en los capítulos siguientes, es que, positivamente todo eso es posible. Sin embargo, el cristianismo debe enfrentarse con el grave cargo que se le hace de su demasiado énfasis, de la exageración, del fanatismo, o como quiera que se llame a la falta de ajuste entre la ley de Cristo y la naturaleza humana.-

El dilema no es nuevo. El gran Apóstol de los Gentiles, afirma francamente la convicción que tiene, en el sentido de que, la naturaleza humana, por sus propios méritos y esfuerzos, nunca puede alcanzar el ideal de Cristo. Pablo presenta un hecho evidente de que es imposible alcanzar la leu de Cristo como ideal, por más esfuerzos que la naturaleza humana haga para adaptarse a ella; y al hacer resaltar esa verdad en todo su realismo, en ninguna forma disminuye la incongruencia de su fondo.-

Esa misma verdad se confirma con el hecho que atestigua Romanos 7. Allí está la confesión del fracaso del Apóstol, su grito de desesperación, la amarga pena de encontrar que no se puede alcanzar el ideal cristiano. Se pueden escuchar los gemidos que le arranca aquel terrible dilema, y sinceramente admite que los requisitos de la ley de Cristo son algo a los que la naturaleza humana, como tal, nunca puede ajustarse; no importa cuánto luche, o cuánto agonice. Par que no se me entienda mal, y que el lector pudiera confundirse con algo que aparentemente no es ortodoxo, voy a citar las mismas palabras del Apóstol Pablo: “Porque no hago el bien que quiero; mas el mal que no quiero, este hago… Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios. Más veo otra ley en mis miembros: (sí, allí está lo que incomoda) que se rebela contra la ley de mi espíritu y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable hombre de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?” (Rom. 7). Pablo lucha, agoniza, llora, se esfuerza como sólo puede hacerlo ese gigante moral, uno de los más grandes de todos los tiempos, como sólo él puede luchar. Todo, sin ningún provecho. Confieso que la ley del pecado, como avalancha de una poderosa corriente, barre con todo lo que se encuentra a su paso.-

CONTINÚA....