sábado, 21 de noviembre de 2009

"VIDA DE SU VIDA" F.J. Huegel

PARTICIPANTES DE LA CRUZ

LA MUERTE DE JESÚS ES NUESTRA MUERTE

CAPÍTULO II

Me propongo trazar paso a paso el alcance de este gran principio de la participación en Jesucristo, para mostrar lo maravilloso de la longura, la anchura, la profundidad y la altura de la identificación del creyente con el Salvador. Cristo es uno, con todos los verdaderos creyentes; éstos constituyen Su cuerpo; usando el lenguaje de Pablo, son: “miembros de Su cuerpo, de su carne, y de su hueso”. Pocos cristianos han vislumbrado siquiera las implicaciones de esa unidad con Jesucristo y la gloria irresistible de esa posición, Quiera el Padre de las luces ayudarnos no sólo a entender; sino a entrar en su santo templo y a alcanzar nuestra unidad con Cristo. Ese es el único manantial que puede satisfacer nuestra sed, y no hay otro camino que sirva para la realización de nuestras aspiraciones más profundas como cristianos.-

Debemos tener presente que el oficio del Espíritu Santo es: injertar al creyente en Jesucristo, como el jardinero injertaría la rama de un árbol en el tronco principal de otro. “Porque por un Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo” (1ª Cor. 12.13). Pablo se apoyó en ese proceso del injerto al escribir el capítulo 11 de su carta a los Romanos, refiriéndose a la ruptura de Israel de la Raíz, de Cristo, y del injerto de los gentiles para que éstos sean participantes de la Raíz. Ese es el aspecto más profundo de la verdadera conversión. Si no se realiza un verdadero injerto en Jesucristo, se convierte en aspureo, y por ende, no puede producir frutos. Necesitamos nacer de nuevo, debemos estar arraigados dentro del Tronco del Eterno. Nuestro deber no es solamente imitar a un director divino; somos herederos de grandes y preciosas promesas mediante las cuales somos hechos participantes de la Naturaleza Divina (2ª Pedro 1.4). El Espíritu mismo da testimonio con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios y coherederos con Cristo (Rom. 8.17).-

El Espíritu es el que nos dio la convicción del pecado, a la vez que un deseo ardiente de liberarnos de su dominio; es el mismo Espíritu quien nos reveló a Cristo como el único camino de salvación, porque Él cargó con nuestro pecado (Juan 16.7-15). El Espíritu es el que nos ata a Cristo arraigando nuestra vida en Su Vida Divina, y hace que crezcamos en Él, que es la Cabeza. La Sra. Penn-Lewis indica en uno de sus libros, que el bien amado versículo de Juan 3.16 tiene un significado diferente del que conserva la versión inglesa. No es solamente el que cree en Cristo, sino que cree dentro de Él, el que tendrá vida eterna. El Espíritu Santo, obra conjuntamente con nuestro espíritu aunque a menudo nosotros no somos del todo conscientes de su obra, pero es por la acción conjunta del Espíritu, que nosotros hemos creído dentro de Cristo. Él llega a ser nuestra vida.”Empero el que se junta con el Señor, un espíritu es” (1ª Cor. 6.17).-

Para hacer un injerto, es necesario cortar algo. Si no morimos a lo natural, ¿cómo podemos esperar vivir a lo sobrenatural? Por eso Pablo dice que:”Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con Él”. Cuando de manera contraria a lo natural, se injerta una rama en el tronco de un árbol de otra especie, es indispensable que se rompa con la vida antigua, a fin de formar raíces del nuevo tronco y recibir de este la vida nueva. La relación con el tronco antiguo, queda tan radical y completamente eliminada, que para la rama ya no existe lo antiguo. Por el contrario, de tal manera asimila la sustancia nueva con una constancia que el proceso produce efectivamente la fusión de los dos.-

Un estudio de la biografía cristiana, revela el hecho de que los grandes santos de la Iglesia, (utilizo el término santos en su significado bíblico en el sentido descriptivo de todos lo que verdaderamente viven en Cristo) han experimentado con muy pocas excepciones lo que algunos llaman: “la segundo obra de la gracia”. Hubo tiempos en que buscaban anhelosamente una participación más completa en la vida de Dios. Podemos hablar de ello como “la Santificación”; otros, enfatizando principalmente el hecho del descanso, le llaman:”el Descanso de la fe”. Actualmente parece que el énfasis está en lo victorioso, es decir: “la Vida Victoriosa” o también podemos referirnos a ello como “la Vida Abundante”. Sea lo que fuere, la experiencia cristiana no está limitada por meras terminologías y el hecho permanece latente, de que tarde o temprano, el cristiano despierta a la conciencia del pecado, de lo “egoísta”. No existe razón alguna, ni escrituraria ni de otra naturaleza, que evite que el cristiano llegue a ese plano de experiencia inmediatamente después de su conversión; sin embargo, los hechos indican que generalmente vagan algunos años por el desierto de afectos divididos antes de entrar a la tierra donde fluye leche y miel.-

Repetimos que es el Espíritu Santo el que hace que el creyente alcance la convicción del pecado de un corazón dividido; muestra, además, al creyente, la tragedia de cómo la voluntad personal modifica el propósito de Cristo de conseguir una unión completa con Él. Por otro lado, revela con precisión dolorosa y claridad aplastante, la consecuencia terrible de la vida “egoísta”, en su enemistad para con Cristo, y su poder para ahogar la vida del espíritu; muestra al creyente la duplicidad de su camino, la vergüenza de una piedad estancada y el escarnio que produce una devoción superficial a Jesucristo. El creyente se da cuenta de que con su deseo de placeres, su voracidad de excitaciones y la pasión por sí mismo, está crucificando nuevamente a Jesucristo. Se dá cuenta de que aunque ha echado raíces en Cristo, todavía se siente estirado más por las raíces antiguas; ve lo fangoso que es el río de su vida, lo turbias que son sus aguas, y cómo el hedor de su “egoísmo”, marchita las flores que crecieron a la ribera, y entonces principia a entender el significado de Romanos 7, donde se da cuenta de que él también puede ser libre, así como suyo es el clamor íntimo del corazón que dice:”¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?”.

En este estado se presenta una crisis. Es llegado el momento de hacer una revelación fresca y amplia, de la eficacia de la obra redentora de Cristo. Los ojos del creyente se abrirán al significado de los aspectos más profundos de la Cruz de Cristo. La Cruz se descubre y el Espíritu Santo revela a Cristo, esta vez no como el Divino ser que carga con el pecado (aunque el creyente nunca va más allá de la necesidad de una constante apropiación de la eficacia del sacrificio de Cristo por el pecado), sino como el camino para salir de eso abominable que llamamos “el YO”. Mediante una visión de sí mismo, como uno con Cristo en Su muerte, -crucificados con Cristo-, que ahora el Espíritu concede al creyente, ve que también él murió al pecado en la muerte del Salvador, y que fue éticamente entregado a una posición de muerte, a fin de poder ser atraído por la acción cataclísmica de una participación corpórea en la cruz y en la tumba del Hijo del Hombre, para salir del dominio de “la vida del YO” y entrar en una nueva vida de Divina potencia. Comienza a ver que sin eta participación en la muerte del Hijo del Hombre, el pecado como un principio, (la mera cosa que precipitó la nefanda tragedia del Calvario), continúa operando en él, y en cierto sentido, colocándolo en una posición de complicidad con los mismos verdugos del Salvador. El creyente se da cuenta de que si no firma la sentencia de muerte de su propio YO, su posición se hace intolerable y llega al colmo de las contradicciones. También entiende que Jesús murió por él, pero que a la vez él, como pecador, murió potencialmente en Cristo al pecado y que, por tanto, lo primero sin lo segundo, daría origen a grandes y desastrosas contradicciones. Esta clase de lógica obrando sobre él con fuerza casi demoníaca, lo empuja de esa posición de doblez en la que está, de manera casi inconsciente, a decidirse entre morir con Cristo al pecado, o continuar crucificándolo, porque la mente carnal es enemistad con Dios. (Rom. 8.7). Es decir, entiende que, o se crucifica el YO, o se crucifica a Cristo.-

Esto y más es la obra del Espíritu Santo. No es cosa natural que el hombre se torne contra sí mismo y que odie lo que por naturaleza ama, lo que ama sobre todas las cosas, es decir, el YO. Dice el Dr. A.B. Simpson en su libro:”Días del cielo”; que el Espíritu Santo es el gran sepulturero que al final de cuentas nos conduce al lugar preferido y designado por Dios, que es el de la participación en la Tumba de Jesucristo. Sólo que Él no puede forzarnos a participar en la vida de crucifixión trayéndonos al lugar llamado Calvario, sin nuestro propio consentimiento. Es necesario que nosotros consintamos morir. Todo lo que significa la Cruz de ignominia, vergüenza, dolor y muerte, que es lo que desgarra el corazón de Jesucristo, no es más, ni menos, que la ley moral infinita que constituye el camino que Dios utiliza para incitarnos a desea morir. Nada sería demasiado, si El pudiera convencernos de tal manera que diéramos nuestro consentimiento para morir.-

Por eso es que la Cruz salva; no por magia divina, ni tampoco sólo porque Jesucristo llevó nuestro pecado (aunque lo hizo), porque el propósito del Calvario es infinitamente más profundo. Estoy de acuerdo en cierta forma con el Lord Beaconsfield, quien arroja un cargo contra la doctrina de la expiación, llamándola positivamente inmoral. Por supuesto, que en la forma es que es concebida por un gran número de personas, es inmoral. Si la muerte de Jesucristo en mi lugar, tiene fuerza activa ante Dios, simplemente porque yo digo que acepto el sacrificio del Salvador, sin importar mi conducta diaria, dejando que continúe ejerciendo en mí su influencia, esa cizaña venenosa de hedor histórico que llamamos pecado, no tengo empacho en decir que la Cruz es inmoral.-

Pero la Cruz de Cristo no es así. Esa otra podría ser la cruz desmembrada de muchos cristianos modernos. La Cruz de Cristo realiza una substitución:”Dios cargó sobre Él, la iniquidad de todos nosotros”, pero es más todavía; la obra redentora de Cristo en el Calvario es de tal naturaleza, que es imposible recibir sus beneficios legales, sin participar también plenamente de sus beneficios morales.-

Esto quiere decir que cuando alguno ha visto al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, pero que nunca llega a tener el deseo de separarse de un centro falso como el YO, para aceptar en su lugar a que se diga que todavía no se ha alcanzado el propósito actual de Dios, que quiso hallar expresión en aquel evento indescriptible, que un escritor ha llamado “el momento más sublime en la historia moral de Dios”. Sencillamente no se ha alcanzado. El Espíritu Santo, nunca ha tenido la oportunidad de ejercer su influencia ayudándonos a participar espiritualmente en la muerte del Hijo de Dios, que en la Divina economía, fié algo corporizado: el Cuerpo, la Iglesia, muriendo en su Divina Cabeza.-

El más grande de los apóstoles vio esto tan claramente, que al darse cuenta de la posibilidad de continuar en pecado una vez que se había tenido fe en Jesucristo, doctrina que fue aceptada por la Iglesia Primitiva, exclama alarmado como si estuviera herido:”¿Pues qué diremos? ¿Perseveraremos en el Pecado para que la Gracia abunde?” Sí, dicen algunos, porque después de todo, la salvación es simplemente libertarnos de las consecuencias penales del pecado.”¡Ah!”, pero dice el apóstol, “los que somos muertos al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O, no sabéis que todos los que somos bautizados en Cristo somos bautizados en su muerte?...Somos sepultados juntamente con Él a muerte… fuimos plantados juntamente en Él a la semejanza de su muerte…nuestro viejo hombre, juntamente fue crucificado con Él, para que el cuerpo del pecado sea deshecho… Porque el haber muerto, (Cristo) al pecado, murió una vez…Así también vosotros; pensad que de cierto estáis muertos al pecado, más vivos a Dios, en Cristo Jesús Señor nuestros” (Rom. 6).-

Se dice con razón que una verdad fuera de toda proporción, puede a menudo convertirse en error, La verdad de la muerte substitutoria de Cristo sin lo que encontramos en Romanos 6, puede precipitar a la persona a una confusión que siempre termina en error, porque es un hecho de que en el juicio de Dios, nosotros somos hechos participantes de la Cruz, somos uno en Cristo por Su muerte al pecado, y somos poseedores del deseo de que el Espíritu extermine la vida del YO , la vida carnal que es enemistad con Dios, Sería un evangelio decapitado, que por su falsa esperanza podría obrar bien en algunos casos, pero que haría más perjuicio que bien.-

Hay en las memorias de la Sra. Penn-Lewis, una extraña historia relacionada con una visita que hizo a la India y que se aplica de una manera maravillosa a este modo de pensar. Los escritos de la Sra. Penn-Lewis, hablan, casi todos, de la identificación del creyente con la muerte y la resurrección de Jesucristo, y un misionero que más tarde se dio a la tarea de propagar celosamente los escritos de la señora, tuvo en cierta ocasión un sueño que le impresionó grandemente. Se trataba de la Cruz de Cristo, pero lo que impresionó su mente, no fue el cuerpo sangrante del Salvador, sino algo excesivamente feo, abominable, algo cuya naturaleza no podía identificarse. ¿Qué pudo haber sido aquello? Pasado el tiempo se dio cuenta del contenido del mensaje de la identificación, y de que él también había sido crucificado con Jesucristo, de modo que el Espíritu le hizo la revelación de que lo abominable que había visto en el sueño, no era otra cosa que él mismo.

Cotinuará....



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