domingo, 8 de noviembre de 2009

"VIDA DE SU VIDA" F.J. Huegel


LA VIDA CRISTIANA UNA PARTICIPACIÓN, NO UNA IMITACIÓN

CAPÍTULO I

Continuación

Hacemos bien con enfrentarnos a todos los aspectos aterradores del dilema. Pablo también lo hizo. No levantó una cortina de humo sobre su propia incapacidad por un lado, y lo inalcanzable del carácter de la ley de Cristo por el otro. Nos asombra ver la franqueza con que reconoce que en sí mismo, (es decir, en su carne, Rom. 7.18) no puede encontrar algo bueno. Cándidamente reconoce que se goza en la ley de Dios, a la que ama; pero a la vez la encuentra como algo que la naturaleza humana no puede alcanzar. Si somos honrados acerca de estos asuntos, pronto nos vemos inconscientemente encaminados a dar ciertos pasos que, con seguridad, han de introducirnos a un nuevo y glorioso día. Condujo a Pablo a hacer un gran descubrimiento, e igual cosa puede hacer conduciéndonos a nosotros.-

Cuando Pablo escribe Romanos 7, no quiere decir que sea voluntariamente desobediente, como lo fuera antes de los días de la crisis en el camino hacia Damasco, porque él amaba a Jesús, era soldado de la Cruz, y era un cristiano consagrado. Pero el verse frente a la nueva y deslumbrante luz de la Cruz de Cristo, aquello que cuando era un estricto discípulo de Moisés habría sido insignificante, ahora le pasma por su grandeza. Cosas pequeñas e inocentes, actitudes aparentemente inofensivas, pecados extremadamente pequeños que, bajo la ley de Moisés, habrían pasado desapercibidos y hasta aparecido como virtudes, ahora destrozan su corazón; le son repulsivos; no puede tolerarlos; parece que le queman como con fuego del infierno, que le hieren como una picadura de escorpión, y que hieden como un cuerpo putrefacto en algún charco fangoso.-

Pablo, sin embargo, quiere ser como Jesús. Ese deseo no es asunto de ética pura, ni es simplemente cosa de bueno o malo. La pregunta ardiente que se suscita en él es esta: ¿Es como Cristo? Pablo quiere ser libre. Su amor propio, aun en las formas más íntimas, en sus gestos más inofensivos, le es nauseabundo. Le gustaría, por otro lado, ser como Jesús en toda la belleza de su humildad y de su compasión. Quiere amar a Dios con un amor de visión que caracteriza al “Unigénito del Padre!” . En un paroxismo de repugnancia de sí mismo, y en la angustia de su desesperación, el apóstol clama por su verdadera liberación. (Rom. 7.24).-

¿Existe acaso alguna solución para ese problema? Por supuesto. Pablo la encontró, y también nosotros podemos hallarla.-

Ahora bien, he aquí mi tesis: Hemos estado procediendo sobre bases falsas, al concebir la vida cristiana como una imitación de Cristo. No es una imitación de Cristo, sino una participación de Cristo. “Porque participantes de Cristo somos hechos” (Hebreos 3.14). Hay, por supuesto, algunas cosas buenas en la “Imitación de Cristo”, de Tomás Kempis; pero la idea fundamental es falsa en lo que se refiere a los principios que sostienen la vida cristiana. Al proceder sobre las bases de una imitación, seremos arrojados al pantana de la desesperación en que se encontró Pablo, cuando escribía Romanos 7.-

El hecho es que no somos lo que Cristo quisiera que fuéramos. El Sermón del Monte no ha hallado lugar en nuestras actitudes; el pecado, como principio, todavía domina nuestras vidas; no hemos sido liberados de la envidia, del orgullo, del amor propio, de la concupiscencia, del placer; todavía nos destroza la montaña del egoísmo secreto, y a pesar de los esfuerzos que hacemos, aún permanece inamovible; tenemos tan poco gozo, y tan poca libertad de espíritu, que nada poseemos del rapto que caracterizaba a los primeros cristianos. Agonizamos, luchamos hasta sangrar pero el fracaso sigue como perro rastrero nuestros pasos. ¿Qué es lo que pasa? Simple y sencillamente que estamos procediendo sobre bases falsas. Estamos haciendo lo que el Salvador mismo nunca esperó que hiciéramos. La vida cristiana no es una imitación.-

El gran dilema del que hemos hablado se resuelve en los términos más sencillos, al entender la distinción que existe entre la imitación y la participación. Porque aquello que me es imposible alcanzar como imitador de Cristo, llega a ser perfectamente natural como participante de Cristo. Sólo cuando Cristo nulifica la fuerza inherente de la “vida propia”, y nos imparte una vida Divina, es cuando en un sentido verdadero se hace posible la existencia de la vida cristiana, tanto de ti, amado lector, como de la mía. Debemos nacer otra vez. “La carne de nada aprovecha”. Sin Jesús, nada podemos hacer. Es indispensable vivir en Él y renunciar a nuestra propia vida para encontrar “vida nueva” en Él.-

Son simples los requisitos que se imponen para obtener esa “NUEVA VIDA” que parece inconcebible y difícil de realizar mientras nos movemos dentro del plano de la “vida carnal”. No son otra cosa que declaraciones acerca de su modus operandi. El mismo Sermón del Monte, lejos de chocar en algún sentido con esa vida nueva, es simplemente la expresión de su modo de ser.-

Desgraciadamente no hemos tomado en cuenta lo que Jesús dice, en el sentido de que debemos permanecer en Él como el sarmiento en la vid. (Mat. 5,6,7). Si no existiera el capítulo 15 de Juan, todo sería como muchos carros de carga sin motor, o como una ballena sin agua, o como un pájaro sin aire.-

Cuando Jesús estuvo con sus discípulos en el Aposento Alto por última vez, dándose cuenta de que era la oportunidad póstuma para imprimir en ellos los principios fundamentales de su mensaje, hace hincapié de manera suprema en la importancia de esa unión mística, que es la unidad espiritual de todos los creyentes con Él, es decir, el hecho de la participación: “Permaneced en Mí y Yo en vosotros”. Nuestros fracasos sólo confirman la palabra del Salvador, quien dijo: “Sin Mí, nada podéis hacer”.-

No hemos sido llamados a imitar a Cristo. La verdad de las cosas es que eso tendría muy poco valor, como lo asienta Pablo en el pasaje a menudo citado del “Salmo del Amor” (1ª Cor. 13). Hacerlo, sería artificial, y aun el Maestro diría en ese caso: “la carne nada aprovecha”. Este deseo fue llevado hasta el colmo en un país donde trabajé algunos años, cuando un hombre devoto, celoso, se dejó crucificar, clavado literalmente en un cruz donde fue hallado por sus padres muerto cuando acudieron a su rescate. Hablando estrictamente, la Iglesia no aprueba esta clase de cosas, pero teóricamente lo hace, al permitir que un gran número de sus hijos procedan sobre bases falsas de imitación.-

El cristianismo no ha sido llamado a desempeñar un papel de actor que agoniza sobre líneas mal aprendidas. La vida cristiana en el pensamiento de Dios, es infinitamente más bienaventurada y más atractiva. “Somos hechos participantes de Cristo” (Hebreos 3.14). Nos han sido provistas promesas muy grandes y preciosas “para que por ellas fueseis hechos participantes de la naturaleza divina” (2ª Pedro 1.4). El Creyente es injertado en el Tronco del Eterno.”Yo soy la Vid, vosotros los pámpanos”.-

“Las riquezas de la gloria de este misterio. Cristo en vosotros la esperanza de gloria”. (Col. 1.27)

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