lunes, 2 de noviembre de 2009

"VIDA DE SU VIDA" F.J. Huegel

LA VIDA CRISTIANA, UNA PARTICIPACIÓN, NO UNA IMITACIÓN

CAPÍTULO I

Es imposible hacer un estudio del Nuevo Testamento, sin experimentar unA verdadera sacudida frente a la diferencia que existe entre la vida cristiana como la vivimos y el ideal del Maestro. Son tan evidentes las incongruencias y tan alentadoras y dolorosas las contradicciones, que muchas personas que tienen un conocimiento superficial de las palabras del Salvador, se sorprenden sobremanera; y nos atrevemos a decir: que aun aquellos que nunca han leído las páginas del Nuevo Testamento también son sacudidos.-

Cuando comparamos el cuadro de la vida cristiana presentado por los apóstoles, con lo que hoy día se presenta bajo ese nombre, sentimos que titubeamos. El contraste es tan grande, como el que hay entre el cuerpo extenuado de un amigo moribundo –por no decir el cadáver- con aquel que, en días de vigor y de salud caminó a nuestro lado.-

No tengo por objeto criticar al cristiano moderno. Tampoco estoy disgustado con la Iglesia; ni pretendo hacer el papel de iconoclasta. Por treinta y nueve años he sido misionero de la Cruz y no pretendo desertar de sus filas. Mi único propósito al llamar la atención a nuestros fracasos como cristianos, es señalar el camino de la vida victoriosa en Cristo, para aquellos que, conscientes de su pobreza espiritual, “tienen hambre y sed de justicia”.-

Es para el cristiano que se encuentra al borde de la desesperación, por el horrible cuadro que presenta su fracaso al tratar de reflejar fielmente la imagen del Maestro, para quien tengo un mensaje. Es para el que tiene sed del agua de la vida, que lejos de apagarla, ésta lo consume y lo enferma de deseo, y a éstos me propongo desenvolver el secreto de la vida abundante, la vida a la que se refirió Jesús, cuando dijo que: “ríos de agua viva” brotarían de aquellos que creyeran. Es para el que está aburrido por las mofas, enfermo por la falsedad humana, que ha sido víctima de una aversión personal íntima, para el que siente que como cristiano debe libertarse del poder del pecado, y que a pesar de todas sus luchas es despedazado por el sentido de su fracaso; es para quien está en cualquiera de esas situaciones, para quien anhelo presentar el mensaje de la Cruz. También para los que anhelar poder –el poder que viene de arriba-, para los que desean que su vida, servicio, ministerio y predicación sean saturados con el Espíritu del Dios Vivo, tengo una palabra que indudablemente dará lugar a un nuevo día.-

Antes de entrar a la definición de mi tesis, conviene resumir algunos de los requisitos indispensables de la vida cristiana. Debemos andar como Él anduvo (1ª Juan 2.6). Debemos amar a nuestros enemigos (Mat. 5.44). Debemos perdonar como Jesús cuando en la vergüenza y la angustia de la Cruz, perdonó a los que blasfemaban de Él y le crucificaban (Col. 3.13). Debemos ser agresivamente bondadosos para con quienes nos odian, y debemos orar por los que nos aborrecen (Mat.5.44). Debemos ser vencedores: más que vencedores (Rom. 8.37). Debemos agradecer todo, aún aquellas cosas que destruyen nuestras esperanzas más amadas, porque todo obra juntamente para nuestro bien (Rom 8.28; Efesios 5.20).-

Para nada debemos estar afanosos. Nuestras peticiones deben ser notorias delante de Dios, en toda oración y ruego, con hacimiento de gracias (Fil. 4.6). Debemos gozarnos en el Señor siempre (Fil. 4.4). Debemos pensar en todo lo que es bueno, en todo lo honesto, en todo lo que es justo, en todo lo que es puro, en todo lo amable, en todo lo que es de buen nombre; si hay alguna virtud, si hay alguna alabanza (Fil. 4.8). Debemos ser santos porque Dios es Santo (1ª Pedro 1.16). El Salvador dijo: que si creemos en Él brotarán de nuestro ser, ríos de agua de vida (Juan 7.38). Debemos ser irreprensibles, en contraste con el maligno y perverso; sin mancha y sin culpa, resplandeciendo cual luminares, como hijos de Dios (Fil 2.15). Debemos odiar nuestros yo, no mimarlo, ni cuidarlo o buscarlo amándonos a nosotros mismos, sino literalmente odiarnos y renunciar diariamente a nuestro yo (Mat. 16.24). Se nos ha dicho que no podemos ser discípulos de Cristo sin renunciar a nosotros mismos, completa y absolutamente en todas las cosas y a cada momento (Luc. 14.26). Pablo dice que nuestros afectos deben ser puestos en las cosas de arriba (Col. 3.1).-

Con eso es suficiente. No necesitamos ir más adelante, hacerlo, sólo aumentaría nuestra vergüenza, nuestro dolor. Debido a ello estamos procesados. No somos lo que Cristo quisiera que fuésemos. Sí, ésta es la medida de la vida cristiana; éstas son las bases por las que hemos de ser juzgados; esto es lo que demanda Dios de nosotros como cristianos, pero en cambio, exclamamos nosotros como Isaías lo hizo:”¡Ay de mí! que soy muerto”.-

Si el Salvador es tan tierno y entendido, tan amoroso y tan sabio, ¿por qué no incluye requisitos que estén más de acuerdo a la naturaleza humana? ¿Por qué nos parece irracional? ¿Por qué no demanda de nosotros cosas que razonablemente podamos alcanzar? No ordena volar, y no tenemos alas.-

Cuando se habla del superhombre, no solo hemos de referirnos a la sobreabundancia de hombre; más bien el hombre-deificado, si se permite la expresión; es lo que el Nuevo Testamento proclama como el verdadero tipo del cristiano. ¿Qué hace al Salvador ver más allá de lo meramente natural, y hace descansar la vida cristiana sobre bases supra naturales? ¡Yo protesto! No es natural amar a nuestros enemigos, no es natural estar siempre gozosos, no es natural sentirse agradecido por las cosas que hieren; no es natural aborrecerse a uno mismo; no es natural andar como Jesús anduvo. ¿Nos hemos enfrentado acaso honradamente con lo que ese dilema implica? ¿Somos poseedores del valor que se necesita para enfrentarnos con lo que la Palabra de Jesucristo demanda de nosotros? ¿Qué ganamos con tratar de engañarnos a nosotros mismos, diciendo que, después de todo, la diferencia que existe entre lo humanamente posible y la ley de Cristo, no es tan grande, en cuanto se refiere a lo que podemos alcanzar por nuestra naturaleza misma y lo que Dios nos pide en su Palabra? .-

Si el sistema cristiano no puede ofrecer una respuesta satisfactoria, merece las calumnias de sus enemigos, pero mi argumento como se verá en los capítulos siguientes, es que, positivamente todo eso es posible. Sin embargo, el cristianismo debe enfrentarse con el grave cargo que se le hace de su demasiado énfasis, de la exageración, del fanatismo, o como quiera que se llame a la falta de ajuste entre la ley de Cristo y la naturaleza humana.-

El dilema no es nuevo. El gran Apóstol de los Gentiles, afirma francamente la convicción que tiene, en el sentido de que, la naturaleza humana, por sus propios méritos y esfuerzos, nunca puede alcanzar el ideal de Cristo. Pablo presenta un hecho evidente de que es imposible alcanzar la leu de Cristo como ideal, por más esfuerzos que la naturaleza humana haga para adaptarse a ella; y al hacer resaltar esa verdad en todo su realismo, en ninguna forma disminuye la incongruencia de su fondo.-

Esa misma verdad se confirma con el hecho que atestigua Romanos 7. Allí está la confesión del fracaso del Apóstol, su grito de desesperación, la amarga pena de encontrar que no se puede alcanzar el ideal cristiano. Se pueden escuchar los gemidos que le arranca aquel terrible dilema, y sinceramente admite que los requisitos de la ley de Cristo son algo a los que la naturaleza humana, como tal, nunca puede ajustarse; no importa cuánto luche, o cuánto agonice. Par que no se me entienda mal, y que el lector pudiera confundirse con algo que aparentemente no es ortodoxo, voy a citar las mismas palabras del Apóstol Pablo: “Porque no hago el bien que quiero; mas el mal que no quiero, este hago… Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios. Más veo otra ley en mis miembros: (sí, allí está lo que incomoda) que se rebela contra la ley de mi espíritu y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable hombre de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?” (Rom. 7). Pablo lucha, agoniza, llora, se esfuerza como sólo puede hacerlo ese gigante moral, uno de los más grandes de todos los tiempos, como sólo él puede luchar. Todo, sin ningún provecho. Confieso que la ley del pecado, como avalancha de una poderosa corriente, barre con todo lo que se encuentra a su paso.-

CONTINÚA....

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