lunes, 30 de noviembre de 2009

"VIDA DE SU VIDA" F.J. Huegel

LA MUERTE DE CRISTO, NUESTRA MUERTE

CAPÍTULO III


No es posible apreciar a primera vista todo el significado de nuestra identificación con el Salvador en su muerte. Es preciso detenerse en el lugar llamado “Calvario”, para dejar que el Espíritu Santo revele las implicaciones profundas de nuestra participación en la Cruz de Cristo.-

El hombre natural no puede percibir estas cosas. Hay necesidad de analizarlas espiritualmente, pero el Espíritu hará su obra, si lo deseamos y estamos dispuestos a experimentar las cosas profundas de Dios. La verdad de la que Jesús habló, diciendo que nos hará libres, será desplegada ante nosotros. No solamente veremos y entenderemos, sino que estas verdades serán entretejidas en la tela de nuestro propio ser. Ninguna verdad escrituraria que tiene que ver en nuestra vida cristiana, puede decirse que es verdaderamente nuestra, sino hasta que penetra en la intimidad del ser y nos obliga a entrar en armonía con ella. Como cristianos, no podemos pretender poseer la verdad aparte de Aquél que es la verdad.-

Cristianos maduros que han experimentado ya una crucifixión interna y que saben lo que es participar de la muerte de Jesús, y que se reconocen muertos al pecado, y vivos para con Dios por medio de Jesucristo, aun después de muchos años de serlo, son conducidos en alguna forma a descubrir honduras más profundas de la vida del “YO”. Cualquier prueba nueva, o alguna circunstancia extraña que trae consigo la gran pregunta de ¿cuál es la voluntad del Padre? ¿Cuál la de uno mismo?, súbitamente revela la influencia oculta del “YO”. La persona puede haber pensado que pertenecía completamente al Señor, y que el “hombre viejo” había sido sepultado con Cristo, pero algún cambio repentino de escena puede despertar la vida pasada y poner en movimiento lo que ha dado en llamarse: “la rueda de la naturaleza”. A medida que el Espíritu descubre ante ellos la obra secreta del “YO”, se dan cuenta de la necesidad que tienen de refrescar y de profundizar su posesión de la Cruz. El único remedio que hay, es una participación más completa en la muerte de Jesucristo. El radio del Calvario es lo único que puede arrancar las raíces que quedan del viejo cáncer. Es decir, quien esto experimenta, se transporta a las alturas más elevadas de la vida espiritual, al someterse a las más hondas profundidades de la muerte. No obstante cuán profundamente hayan ido, el Calvario siempre tiene profundidades de crucifixión no soñadas aún. Es esta una posición que se acepta en un acto de fe, por medio del cual el creyente se entrega al lugar que Dios le asigna en la muerte de su Hijo; también es un proceso de crecimiento en el que el creyente se apropia continuamente de acuerdo con su necesidad, una vida más profunda de comunión con la muerte del Salvador. Pablo dijo que él anhelaba conocer a Cristo y el poder de su resurrección,…en conformidad a su muerte. (Fil. 3.10). Ello se resume en la sin par paradoja del Evangelio que dice:”El que perdiere su vida la hallará”…

Esto no implica la anulación de la personalidad. Por el contrario. Pablo el apóstol, no fue menos Pablo, después de darse cuenta de su unión con Cristo en la muerte, expresada en su asombrosa declaración de la Epístola a los Gálatas:”Con Cristo estoy juntamente crucificado”. Y pudo entonces con más razón decir:”Y vivo”… Cuando la Cruz acaba con “la vida del yo”, de tal manera que el alma tenga su centro en Dios, principia el desarrollo de la personalidad en toda su gloria, y en plenos frutos de poderío. La única manera de poseernos, es permitiendo que Dios reine supremo en nuestras vidas.-

Si hasta aquí no he sido claro en la discusión del asunto, ruego al lector que guarde aún su juicio en cuanto a la verdad de mi tesis, y que me acompañe más adelante en el desarrollo del tema. Aún tengo confianza en el Espíritu. Él es el Espíritu de verdad. Como ya se ha dicho, no hay verdad relacionada con la Gran Obra de Redención, que pueda ser sostenida sin Su ayuda. El Espíritu nos expone el hecho de nuestra participación en la Cruz de Cristo y a la vez nos da valor para aceptar sus consecuencias. En eso consiste su obra, por lo tanto no puede traicionarnos.-

Debemos recordar que nuestra muerte en Cristo es una comunión potencial. Desde el punto de vista divino es algo consumado hace tiempo, completo tanto histórica como objetivamente (se nos dice que debemos aceptarlo como cosa hecha, Rom. 6.11), sin embargo, desde el punto de vista humano, es algo que se deposita en confianza para nosotros y que sólo se convierte en experiencia y se hace efectivo a través del ejercicio de la fe. En la misma forma en que la muerte substitutoria de nuestro Salvador se hace efectiva en la extinción de nuestros pecados por medio del ejercicio de la fe, se hace efectiva nuestra participación en la muerte de Cristo para el exterminio –no de los pecados- , sino del pecado como principio (la vida antigua llena de enemistad con Dios, y de fatuidad egoísta). A lo primero, se le puede llamar participación de los beneficios penales de la obra redentora de Cristo; a lo segundo, participación de las fuerzas morales recreadoras. Pero la condición suprema para poseer el uno o el otro, depende de nuestra disposición activa. Aunque como hemos indicado en otro capítulo, hacemos mal en disociar consciente o inconscientemente estos dos aspectos, porque forzamos al Espíritu de la Cruz. Ambos son parte de un todo.

Al decir que nuestra disposición es la primera condición que se requiere, decimos que el respeto que Dios tiene para la libertad del hombre es tan grande, que podemos afirmar que Dios no puede, cuando el hombre no quiere. Él sólo puede ejercer la influencia de esta grande obra que afecta en un sentido eterno al ser humano bajo la única condición de su consentimiento. Cosa forjada sobre otras bases carecerá del significado verdadero. Dios se limitó a sí mismo en el acto de la Creación, al coronar al hombre con la prerrogativa divina de la libertad de la voluntad. Movido Dios por su infinito amor, hizo partícipe al hombre de su propia Divinidad, levantando barreras a su omnipotencia al habilitar al hombre con el poder de escoger. Esas limitaciones a lo divino nunca han sido ni serán violadas. Dios atrae al hombre pero nunca lo fuerza; hace su apelación en mil formas para su bien, pero no utiliza la coerción. Dios suplica haciendo uso de la Cruz al mostrarnos las consecuencias desastrosas del pecado, pero no nos fuerza a reconocer nuestras obligaciones de amor para con Él.-

Por consiguiente, es nuestro deber saber escoger. ¿Vamos a ser dominados por Cristo o por nuestro “YO”? ¿Continuaremos satisfaciendo los apetitos del YO, aunque eso signifique crucificar nuevamente a Cristo? O llamando a esa vida como se quiera:”vida de la carne”, “vida vieja”, “lo carnal”, ¿hemos de levantarnos de la tumba en el poder de la resurrección de Cristo que es la completa voluntad del Padre?.-

El imperativo que la Cruz de Cristo presenta es en un sentido moral, no coercitivo o por la fuerza, para que aceptemos enfrentarnos con este asunto, que es supremo en todos los tiempos. La eternidad no reconoce asunto de mayor importancia. Dios mismo concibió la lección objetiva del Calvario, para que por nuestra parte no erráramos y no nos equivocáramos en la decisión, pero en cambio rompiésemos irrevocablemente con el YO, a fin de identificarnos con Dios. Jesucristo se humilló, aceptó ser escupido, calumniado, ser clasificado como criminal y colgado ignominiosamente en una cruz frente a la multitud frenética que lo insultaba. ¿Sería posible que la sabiduría de las edades pudiera concebir un camino más poderoso e irresistible, un camino más seguro para que el hombre se despoje voluntariamente del YO? De haberse necesitado algo más efectivo que engendrara en el hombre hastío por el YO, y amor para Dios, estamos seguros de que la sabiduría eterna lo habría producido, y Pablo lo dijo: “Cristo crucificado, es potencia de Dios y sabiduría de Dios” ( 1ª Cor. 1.23-24).-

“Nuestro viejo hombre (algunas versiones usan el tiempo presente, otras el pasado; ambas son verdaderas) fue crucificado con Cristo” Potencialmente hablando es una transacción que ha sido terminada. Hablando en términos judiciales hemos muerto en Cristo desde el punto de vista ético, y así somos juzgados por el Padre. Es imposible que alguno de nosotros trate de añadir o de quitar algo a la Obra ya consumada. En la Cabeza Federal de la Nueva Raza son crucificados aquellos que dependen del Segundo Adán. El ser alemán, francés o latinoamericano hace que tengamos determinada clase de hábitos mentales, así como determinado temperamento de alma. De la misma manera, el ser cristiano produce inevitablemente una vida crucificada. La Iglesia brotó del Seno del Eterno cuando fue generada la vida de la Cruz.-

La venida de Jesús al mundo no fue un mero accidente. Él fue “muerto desde la fundación del mundo”. Su muerte no fue simplemente la de un mártir. “Yo pongo mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, más yo la pongo de mí mismo” (Juan 10.17-18). “Ahora está turbada mi alma (refiriéndose a su Cruz); ¿y qué diré? Padre, sálvame de esta hora. Mas por esto he venido en esta hora” (Juan 12.27-28). Su muerte no fue decisión posterior, sino una adquisición indispensable para engendrar a una Iglesia Crucificada. Un Cristo Crucificado, para que pudiera tener seguidores crucificados.-

Pero, repito, nosotros debemos escoger. Si el espíritu de Cristo ha de florecer en nosotros en todo su esplendor para que podamos alcanzar la estatura del Varón perfecto, es necesario que por medio de un acto de voluntad nos rindamos a aquello que potencialmente es ya nuestra posición ante Dios, es decir, la identificación con la Cruz de Cristo. Entonces es nuestro deber rechazar la “vida antigua” sobre la base de la Cruz y de nuestra unión con Cristo en la muerte.”El reino de los cielos hace fuerza, y sólo los valientes lo arrebatan”. No solamente debemos rehusar la “vida antigua” en un momento sublime de rendición, cuando la verdad de nuestra unidad con Cristo irrumpe en nosotros; debe hacerse con consistencia, y con insistencia, cada vez que nuestra naturaleza pretende reinstituirse. Es nuestro deber hacerlo un hábito constante, como si se tratara de evitar de nuestra nariz el mal olor de un callejón por el que diariamente hemos de pasar. Al hacerlo en un sentido estamos protegidos por la posición que inteligentemente hemos aceptado, porque hemos sido injertados en el Tronco del Cristo Eterno, y por tanto, nos hemos hecho poseedores del proceso de su muerte u resurrección; y en otro sentido todo se pone en un terreno de confianza divina, de un modo que como agentes morales libres nuestro deber es escoger, y escoger nuevamente, y continuar escogiendo.-

¿Quieres poseer esta bendición? ¿La vida divina, la vida que brota como río de agua viva del Trono y del Cordero? Para seguirla es necesario desechar nuestra propia vida, la que ha sido corrompida por el pecado. Necesario es cortarse de ella, cimentándonos en la muerte de Cristo para poder recibir momento a momento la vida celestial. Haz esto, y serás más que vencedor. Hazlo y nunca más volverás a agonizar con actuar en un papel de imitador de Jesucristo. Espontáneamente, inconscientemente caminarás como Jesús lo hiciera. Será imposible ser algo que no fuera como Él, al participar plenamente de su muerte y de su resurrección. Será fácil, será gozoso, será hermoso, como el juego de los pequeños. Será lo más natural el ser cristiano, porque se es partícipe de la naturaleza divina.-

¡Qué gran cosa sería que la Iglesia pudiera ver esta verdad sublime! Hasta el presente, se ha conformado con el cincuenta por ciento de los valores de la redención porque no se ha dado cuenta de las verdaderas implicaciones de la Cruz. No se ha decidió a morir con su Señor. No es aún dueña de sus “posesiones” porque no ha querido reconocerse muerta al pecado. Todavía se encuentra presa de la esclavitud de “la carne, del mundo y del pecado”, porque no ha querido creer a su Maestro, quien, una y otra vez, por precepto, y por ejemplo, y finalmente derramando en el Calvario los más íntimos valores de su propio ser, quiso inculcar el principio sublime de la resurrección. No ha querido creer que la vida eterna sólo puede encontrarse por medio de una completa renunciación de la “vida antigua”. La Iglesia ha querido imitar a su Señor –en el poder de la “vida de la carne” reproduciendo sus modos. No ha querido reconocer su impotencia ni ha querido rendir su vida para poder ser partícipe de la vida celestial. Por consiguiente, la Iglesia no puede dar vida a un mundo que perece, porque no ha sido fiel a su pacto. El pacto fue hecho en el Calvario. Es un pacto de muerte. Jesucristo entró primero por este camino y nos invita a seguirle. El resultado de todo es una profunda unión eterna, el injerto del alma en Cristo, una gran suma de intereses, propósito, aspiraciones que han de ser acrisolados. En esto consiste el Evangelio. Pero como es natural, Dios tiene definidos también los términos sobre cuyas bases puede ser alcanzada esa unión; términos elocuente, inconfundibles, sublimes para todas las edades y razas, y para todas las generaciones, a fin de que éstas no fracasen.-

Continúa....

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