martes, 19 de agosto de 2008

"CIRCUNCISIÓN-BAUTISMO" V. Glez. Boto

Continuación:

De la misma manera que se separa por el corte el prepucio del niño: se echa, se quita, se separa y rechaza de nosotros EL CUERPO PECAMINOSO CARNAL en la circuncisión de Cristo: EL BAUTISMO.- Sigue Pablo diciendo: (v.13) Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la circuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él perdonándoos todos los pecados”.-
La circuncisión ya no era señal de nada. Cristo había sellado con su propia sangre el NUEVO PACTO, no era necesaria más sangre, la Suya era la del sacrificio PERFECTO delante del Padre para llevarnos a Él. Cristo abrió el camino al Trono de la Gracia y nuestra sangre carecía de eficacia para ello. Era la sangre del Justo la que nos justificaba para siempre: “Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados….Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. ¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles. Porque Dios es UNO, y Él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión. ¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley” Romanos 3.24-25; 28-31.- Hay también un pasaje en la misma epístola de Romanos cp. 4 que todo el, nos habla del tema muy claramente y que hablando de Abraham como ejemplo dice en el verso 12: “Y padre de la circuncisión, para los que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser cincuncidado”.-

Ahora nuestra SEÑAL es el BAUTISMO. Otra señal externa para que otros vean y sepan a quién pertenecemos ahora. Aquella les distinguía y les preservaba por FE en el Dios que la había ordenado al padre Abraham, antes incluso de ser circuncidado (v.12). El bautismo “habla” a los de afuera, y efectúa en nosotros esa limpieza del “cuerpo pecaminoso carnal” (Col.2.11).
No nos purifica de un solo pecado; no es el pecado de Adán, por grave y trascendente que fue y que afectó a toda la humanidad su consecuencia, Sino es mucho más aún: “el cuerpo pecaminoso carnal”. Es el desarraigo del dominio del pecado y la pertenencia al reino y dominio de Dios.- Es el tener el acta de nuestros pecados clavada en la cruz (Col. 2.14). Es ser adoptados hijos de Dios, y por lo tanto tener Su naturaleza. Nacemos de nuevo a una nueva vida en Él y con Él.-

El Bautismo no deja huella externa, no es señal que nos distingue aparentemente del resto de los mortales. Su efectividad es efectuado igualmente que en la circuncisión: POR FE.
Ahora a los hijos de Dios, les ha sido impuesto otras manifestaciones externas, como señal de lo que ha sido efectuado en su corazón. Se requiere que cada uno manifieste “el fruto” que nos es demandado por el Señor: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5.22-23).-

Hay veces que confundimos las "obras" con el "fruto" que debe el cristiano producir. Pero es bastante claro en la Palabra de Dios, y debemos examinarnos a nosotros mismos, a fin de discernir qué es lo que estamos mostrando al mundo y al Señor, al cual no podemos engañar porque nos conoce en profundidad.- Una buena fórmula es leer Colosenses 3 y examinarnos interiormente. Si decimos que hemos resucitado con Cristo, que hemos sido bautizados en Él, Pablo nos indica lo que tenemos que hacer: Primeramente: Buscar las cosas de arriba. Poner la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque hemos muerto, y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios.-
Sigue Pablo con sus “imperativos” que nos revelan claramente, que no es algo que se efectúa en nosotros sin más, sino que somos nosotros los que debemos "hacer" algo. Esto dicho así, serían “obras meritorias” y eso sería aberrante y ofensivo para Dios. Pero no es así, porque nada de ésto se produce por nosotros mismos, sino por la Gracia de Dios en nosotros que “no fue en vano” en la vida de Pablo, y no lo és en la nuestra (1ª Corintios 15.10). Su Gracia en nosotros nos impele a hacer las obras que glorifican a nuestro Padre. Para ello tenemos que empezar por: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas; ira, enojo, malicia, blasfemias, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno”. (Colosenses 3.5-10).

Por el fruto que en nosotros se produce y desarrolla, le servimos y agradamos, y el mundo conoce al Señor que nos salvó. Y todo lo anterior, y lo que continúa Pablo diciendo en ese mismo capítulo, indicando lo que el hijo de Dios debe “hacer”, se hace posible, porque el Señor que nos conoce, de antemano al salvarnos, produce el deseo de agradarle y los medios para que lo podamos realizar cada día. No por nosotros mismos, nosotros solamente debemos “hacer” lo que Pablo también indica a los Romanos: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional, No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (cp. 12.1-2). Sabiendo que el Señor ya ha propiciado en esta “nueva naturaleza” que nos ha sido dada, el deseo de agradarle y servirle, poniendo en nosotros por Su gracia este sentir: ”Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2.13).-

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