lunes, 22 de noviembre de 2010

MEDITACIÓN SALMO 51 -A. Murray

MEDITACIONES DIARIAS 21 DE NOVIEMBRE:
CAPÍTULO XXII
“Y no retires de mí tu Santo Espíritu” (V. 11b)
David ha procurado obtener una bendición, un gran don de Dios: que pueda andar siempre delante de Su presencia y a la luz de Su rostro. Ha pedido que su vida entera en la tierra y todo su ser pueda ser santificado e iluminado por el conocimiento de que en todo está viviendo su vida en la presencia inmediata de Dios, bajo su mirada, y su favor. Ha deseado que toda su vida en la tierra, pueda transcurrir conversando con su Dios en el cielo –una vida gloriosa- que la gracia está dispuesta a conceder.
Y con todo, hay algo más glorioso y más elevado todavía. Que pueda andar en la tierra en comunión con Dios, como en el cielo es sin duda una gracia maravillosa, pero que el Altísimo descienda del cielo y more en su corazón y lo consagre como su templo esto es seguramente la plena gloria a la cual la gracia nos ha destinado. Y es en esto que piensa David cuando ruega: “No retires de mí tu Santo Espíritu” Suspira por un revestimiento consciente del Espíritu Santo.
Algunos pueden pensar que esta petición no está en el lugar apropiado. Nada es obrado por la gracia en nosotros de no ser por el Espíritu. Incluso nuestra primera convicción de pecado y el deseo de orar pidiendo la gracia debe venir de Él. ¿No debe, pues, orarse por el Espíritu antes que nada? La respuesta puede ser dada en estas consideraciones. La obra del Santo Espíritu en el pecador que ha sido movido a desear la salvación es sin duda indispensable, pero es escondida e inconsciente. Esta persona no sabe que la ansiedad causada por la convicción de pecado y sus ruegos pidiendo misericordia son el resultado de las operaciones del Espíritu,- y él no sabe en modo alguno, si estos ruegos serán oídos o no-. Por otra parte, cuando en un período ulterior, llega realmente a la fe, tiene la promesa de que conocerá el Espíritu; que el Espíritu no sólo obrará en él, sino que establecerá Su presencia en él y que lo sabrá y lo sentirá.
Esta es, por ejemplo, la promesa hecha a todos los que fueron despertados en el día de Pentecostés y que ya al principio habían experimentado la operación del Espíritu: ”Arrepentíos…. y… (luego) recibiréis el don del Espíritu Santo” Hechos 2.38; tal como el mismo Señor Jesús dijo a sus discípulos después que ellos experimentaron los principios de la obra del Espíritu:”Si me amáis, guardad mis mandamientos, y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre”. Juan 14. 15-16. De este modo la oración de David aquí no es una petición por las primeras operaciones del Espíritu con miras a la conversión. Esta oración es necesaria, es según la voluntad de Dios y debe ser ofrecida. Pero, la petición que aquí se hace se refiere al revestimiento del Espíritu de Dios que es un privilegio del creyente. El Espíritu permanece en ellos, lo enseña: Juan 16.13, 14, los sella y les da la seguridad de la filiación: Romanos 8.15, 16, los santifica y prepara para el cielo: Romanos 8.11. Continúa…

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