domingo, 30 de marzo de 2008

"PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS" G. de Ávila -Capítulo 1- Continuación

La tercera idea que nos ocupa es: "en los cielos". ¿Qué significa decir, que Dios está en los cielos? Los cielos son un punto de elevación, de prominencia, desde donde se domina el universo. Decir que Dios está en los cielos es referirse tanto a su grandeza y gloria como a su omnipresencia. Es común oir a personas decir: "Te quiero decir un chiste, pero no me gusta decirlo en el templo". Entonces salen al vestíbulo o al patio y dicen el chiste. Esto es paganismo en forma refinada: la limitación geográfica de la divinidad.-
El Dios del Padre Nuestro tiene a la tierra como estrado de sus pies y sus ojos pasean toda la tierra. La parcelación de la vida o de nuestro mundo en áreas sagradas y áreas seculares, es decir lugares o situaciones que incluyen a Dios y otros que lo excluyen, es imcompatible con el concepto de omnipresencia divina expresado en la Biblia. La vida cristiana tiene una sóla dimensión: SAGRADA. San Pablo ha dicho:"Porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos" .-
El Altísimo no está limitado al perímetro del templo, ni encerrado en un nicho. Su trono está en los cielos, desde donde sus ojos pasean la tierra. Esta parte del Padre Nuestro confronta al hombre con uno de sus problemas: la tendencia a limitar a Dios al domingo en la Iglesia, a una urna de cristal, o a símbolos que lleva alrededor de su cuello. La influencia de Dios en sus vidas no trasciende las paredes del templo. Es el ser santos en el templo y demonios en el negocio, el trabajo, la diversión o el hogar. Es como si Dios sólo supiera lo que ocurre durante el tiempo pasado en el templo, por lo que se creen con licencia para una vida de mentira, engaño e hipocresía. Según ellos, Dios ha quedado detenido en el templo cuando las puertas se cerraron después del culto. El hombre impío descrito en el Salmo 73 se hacía la pregunta:"¿Cómo sabe Dios, y hay conocimiento en el Altísimo?" Con razón alguien escribió : "En el tiempo de las bárbaras naciones, de las cruces colgaban los ladrones, pero hoy, en el siglo de las luces, del cuello de los ladrones cuelgan las cruces".-
Cristo nos enseñó a decir: "Padre nuestro que estás en los cielos". La aceptación, en la práctica, de que Dios está en los cielos, modifica la vida del ser humano en la tierra. El hombre no haría daño al otro hombre, ni frente a él, ni a sus espaldas, pues sabría que desde el cielo el Señor domina toda la tierra. El hombre estaría consciente de que todos sus actos son del conocimiento de quien tiene su trono en los cielos, y ante quien todas las cosas aparecen desnudas.-
La aceptación de que Dios está en los cielos equipa al hombre con una ética no situacional, sino constante. La situación podría cambiar, en sus protagonistas u otras variantes, pero siempre se desarrollaría ante Dios, y ese hecho daría la tónica, la norma. A esa conclusión había llegado el salmista cuando dijo: "¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú. Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tu estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aún allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: ciertamente las tinieblas me encubrirán; aún la noche resplandecerá alrededor de mí. Aún las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz".-
Pero la omnipresencia de Dios no debe ser motivo de temor, sino de consuelo. Saber que Él está en todas partes me asegura que no hay sitio a donde yo vaya que no esté inspeccionado por Él, y las medidas para mi seguridad no hayan sido tomadas. Desde el sitio donde Él está, todas mis sendas son visibles. No sólo las sendas que ando hoy, pero también las que tendré que andar mañana. Nuestro Padre es eterno, por lo tanto su omnipresencia lo es también.-
El dominio absoluto de su conocimiento no es sólo del presente, sino de todos los tiempos. El sabe las cosas que han pasado en mi vida, las que están pasando y las que pasarán. Si se lo permito, su gracia puede sanar las heridas de mi pasado y darme los recursos necesarios, perfectamente calibrados, para cada exigencia de mi presente y futuro.-
Después de años de relación con Él he llegado a la conclusión de que la oración más completa es: Padre Nuestro que estás en los cielos, que lo que está atesorado en la eternidad de tu amor para este momento, eso sea lo que tome lugar en mi vida.- Esta oración nunca falla. La respuesta está preparada desde antes que yo haga el ruego. Al aprovechar la omnipresencia de mi Padre celestial, garantizo, que lo que responderá a mi necesidad presente, no complicará mi futuro; porque a quien oro, está en los dos tiempos simultáneamente y coordina mi circunstancia de hoy con la de mañana.-
Resumiendo, diremos lo siguiente: La primera parte del Padre Nuestro nos enseña que al hablar de padre, se señala la necesidad de nacer a la familia de Dios, para que ya no seamos "extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios".-
El hecho de que el Padre sea nuestro nos recuerda el ideal cristiano de la hermandad entre los hombres, hermandad que sólo es posible cuando los hombres tienen la común experiencia de haber sido engendrados por Dios en el acto de la Redención. Que estás, apunta a la realidad de su existencia. Existencia que es eternidad. Existencia del YO SOY con que se manifestó el Señor a Moisés. Que estás es ubicación que alude también a la posibilidad de encuentro.-
Los discípulos pudieron orar diciendo que estás. Hoy nosotros, veinte siglos después, oramos diciendo: que estás y nunca será que estuviste o que estarás.-
En los cielos, nos habla de su omnipresencia, de su constante compañía, de poder orar en cualquier parte, en cualquier circunstancia,"en la noche oscura, en el día de prueba".-
¿Puedes, lector, orar con sentido y honestidad diciendo: "Padre nuestro que estás en los cielos"? Si la gracia redentora de Dios te ha hecho su hijo, la respuesta es afirmativa. Si lo contrario fuera tu caso, Cristo está a la puerta de tu corazón pidiéndote entrar. Confiesa a Él tus pecados, y acéptale como tu Salvador personal. No dejes pasar un día más sin que sea una realidad que puedas llamar padre a Dios, para que puedas orar: "PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS".
Fin del Capítulo 1

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