sábado, 6 de noviembre de 2010

MEDITACIÓN SALMO 51 -A. Murray

MEDITACIONES DIARIAS 6 DE NOVIEMBRE:
CAPÍTULO XV
Continuación…
Hemos dicho antes que la ley de Dios está a las puertas del cielo y vigila la entrada en el mismo. No deja entrar a nadie a menos que sea “más blanco que la nieve”. Esta es la santidad de Dios y la perfección de los ángeles y nada inferior en limpieza y santidad puede ser admitido en el cielo. Con una sola mancha que tengas, la ley la mostrará. Dios tendrá que echarte. Los ángeles te echarán. El cielo te echará. En el gran día del juicio y de la ira, cuando la justicia de Dios consumirá todo lo que está manchado por el pecado, nada podrá permanecer delante del santo Dios, a menos que sea “más blanco que la nieve”.
Pero puedes estar seguro de una cosa: esto es precisamente lo que se te ofrece. Si tuvieras que purificarte hasta este punto, podrías desesperarte. Dios mismo ha dicho: “Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí” Jeremías 2.22
Pero en vez de esto, todo lo que es necesario para nuestra salvación ha sido preparado por Dios mismo. Cuando Dios perdona, perdona de modo perfecto: “Cuán lejos se halla el oriente del occidente, quitará Dios nuestras transgresiones de nosotros” El lavado del alma es la obra de Dios, un acto de la gracia santa y prevalente de Dios. Él puede hacerte “más blanco que la nieve” Es en la sangre de Jesús que somos lavados. El poder de la santidad divina, que se encuentra en esta preciosa sangre expiatoria, tiene el poder de hacer más blanco que la nieve. En otras palabras la expiación de Jesucristo que anula la culpa es perfecta; su justificación es perfecta; sus méritos son infinitos. Si su justicia me es imputada, seré justificado de modo perfecto y completo. Si tengo parte en el Señor Jesús, mi Garantía, le tengo a Él entero y completo. Cristo no se divide. O bien estoy en Él y tengo su completa justicia, o no estoy en Él y no tengo parte en ella. Cuando Jesús llevó la maldición por nosotros, no le fue imputada y puesta sobre Él según la medida de sus méritos y dignidad, sino según los nuestros. Ahora que estamos revestidos de gracia con Jesús delante de Dios, su justicia nos es concedida, no conforme a la medida de nuestros méritos, sino conforme a los de Jesús. Fue un acto de la divina Justicia que Jesús viviera en nuestra naturaleza y tomara sobre sí mismo nuestra maldición.
Del mismo modo es un acto de la justicia de Dios cuando acudimos a Él, en Jesús, para apropiarnos la completa justicia de Jesús. Jesús es tratado como identificado con nosotros, en cuanto a esto, como uno en quien descansa la maldición. El que cree, es uno con Jesús, es tratado como Él, es aceptado en Él, y es hecho “más blanco que la nieve”. Dios nos ve en Cristo. Nuestros pecados son perdonados por completo; somos totalmente aceptables a Él. Dios cumple la promesa: “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos, si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” Isaías 1.18 . Continúa…

No hay comentarios: