domingo, 19 de diciembre de 2010

MEDITACIÓN SALMO 51 -A. Murray

MEDITACIONES DIARIAS 19 DE DICIEMBRE:
MEDITACIÓN DEL SALMO 51 por Andrew Murray
Continuación…
Y esto es válido también en la última forma de servicio, a saber, en el gloriarse gozosamente en la justicia de Dios y en la proclamación de su alabanza. No hay nada en tu obra para los otros que te permita encontrar gracia y tener influencia ante Dios y el hombre, como la posesión de un espíritu contrito, que es de gran precio a la vista de Dios: “Al corazón contrito y humillado, no lo desprecias tú, oh Dios”.
CAPÍTULO XXXII
“Haz bien con tu benevolencia a Sión; reedifica los muros de Jerusalén” (v. 18)
El salmista había empezado con una oración pidiendo gracia para sí mismo, pero no puede parar con esto, sin embargo. La bendita experiencia de lo que es la gracia, tal como se le muestra a él en esta oración, le hace pensar no sólo en los transgresores a quienes va a enseñar, sino en todos los que participan con él de esta gracia, es decir, el pueblo de Dios. Para éstos derrama también su corazón y no puede olvidar la ciudad de Dios. Este es uno de los elementos esenciales de la verdadera oración y una de las principales características del que verdaderamente ora. El verdadero suplicante es también un intercesor. Ojalá que prestáramos atención a esta importante lección que se nos enseña en estas últimas palabras del Salmo.
En primer lugar, los verdaderos intercesores para la Iglesia de Dios son aquellos que han aprendido primero a orar por ellos mismos. La necesidad personal es la escuela en la cual se crían los verdaderos intercesores. El secreto de la intercesión confiada se aprende en la confesión de los pecados personales, en el conflicto por asegurarse la participación personal en la gracia de Dios. Hay muchos que en la iglesia y en la reunión de oración, ruegan para ellos y para otros juntamente, y a pesar de ello conocen muy poco a Dios en relación con la petición: ”Lávame de mi pecado” Estos conocen todavía muy poco de la verdadera oración. El pecador debe primero sentir como si é fuera el único cuyos problemas está tratando con Dios; tiene que aprender a tratar con Dios de sí mismo solo. Luego aprenderá a entender la gracia de Dios y sabrá rogar pidiendo bendición a favor de otra gente al Señor. Entonces obtendrá no solo valor para hablar a Dios de sus prójimos, sino que se deleitará en la obra; entonces, también, sentirá que tiene poder para hablar y pedir a Dios a favor de sus prójimos.
Los que han aprendido a orar para sí se transforman en intercesores de su propio acuerdo. La gracia no busca nada para uno mismo. El amor de Dios que rebosa del corazón genera amor al pueblo de Dios y a la Iglesia. Esto era verdad de los antiguos que servían a Dios. Pensemos, por ejemplo, en las oraciones de Esdras y de Daniel (Esdras 9, Nehemías 9 y Daniel 9) y de la manera en que el convertido Saulo de Tarso llevaba las congregaciones de Dios en su corazón. Es por esta razón que a los que oran se les llama guardas sobre los muros de Jerusalén (Isaías 62.6). Es parte del maravilloso honor de la gracia que Dios concede, que Dios nos hace colaboradores suyos, y que nos usa para despertar no sólo a los hombres sino a Él mismo.-Continúa…

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